Capas de la Tormenta
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Mensaje  Invitado Lun 16 Mar 2009 - 19:55

CAPITULO I- LA LARGA MARCHA

“… Nosotros, los jefes de los clanes Shu´Halo de todas las tribus aquí reunidas, así como el Venerable Thrall, lider de los orcos, damos fé en este escrito del fin de nuestro camino; Acabó La gran marcha, y en la memoria tendremos por siempre a todos los hermanos caidos en la batalla, en esta noche y en todas en las que queden, cada padre le contará al hijo la historia del Regreso, y la atesorará hasta el fin de sus días, honrando a todos los aquellos que dieron su vida por un hogar.

Los Shu´Halo y los orcos han luchado contra los Centauros con honor, en pos de la conquista de Mulgore, y han vencido; Esta noche, nosotros, los Shu´Halo tomamos estas tierras para nos y daremos caza sin dudarlo a quién ose intentar arrebatárnoslas.

Un hogar para todas las tribus hermanadas, un hogar para todos los clanes; Cima del Trueno será su nombre.

Que los venerables ancestros, los espíritus y la Madre Tierra nos protejan, y que la memoria no olvide.


Cairne Pezuña de Sangre, jefe de jefes, y lider Shu´Halo.”



Una vez firmado con su propia sangre, el pergamino de cuero finísimo fue lanzado al fuego por los Oráculos tauren que ya jugaban a descifrar el futuro que les deparaba oculto en las ascuas, mientras Cairne se alejaba con pasos lentos del aquel enorme gentío al pié del risco. Tras unos cientos de pasos cuesta arriba por un pequeño camino observó la planicie iluminada y los suyos festejando la victoria, 12 enormes piras junto a las que su gente estaba reunida, una por cada clan.

Los orcos, guerreros de piel verde llegados del mar, habían combatido al lado de la gente de Cairne con valía y tenacidad, y tanto gracias a ellos como a Thrall, su líder, habían conseguido echar a los mil veces malditos centauros del valle de Mulgore, y una vez acabada la batalla marcharon de vuelta a la tierra que ellos llamaban Durotar, su hogar. La última caravana orca se alejaba de la vista del jefe Cairne rumbo al oeste mientras que desde aquel risco desde donde divisaba sintió la angustia del que no sabe esperar y lo hace impacientemente.

-¿Dónde están mis hermanos, Madre?- musitó casi para sí con voz grave y pesada

El jefe de jefes Cairne esperó la noche entera la llegada de más clanes Shu´Halo; los tratos con otros líderes tauren nunca fueron fáciles, y a pesar del todo su esfuerzo y buena fe por mediar y llegar a entendimiento, otros clanes escogieron su camino, diferente al del resto. Sus ojos estaban puestos en el límite de Mulgore con las tierras baldías, aún tenía esperanza de ver más de sus hermanos unirse a ellos.

Una decena más de noches esperó la llegada de aquellos otros clanes; a la décima le llegó la noticia de la caida de los últimos Toro de Piedra, un clan de robustos tauren guerreros que defendían el lago, al Sur de la Cima de Trueno. Los sarnosos Centauros, llenos de rabia por la derrota lanzaron un ataque a traición a los escasos tauren que custodiaban aquel puesto de guardia llevando a aquella noble casta Shu´Halo a su extinción. No quedó ninguno.

-¿Cuantos de mis hermanos más tendrán que caer madre?¿Tan caro es el precio que tenemos que pagar?-

Quiso llorar la pérdida de sus hermanos Toro de piedra así como la de todos los clanes caidos esa noche pero no lo hizo; Era más fuerte la rabia que la pena, la impotencia.

En aquella silenciosa noche, el rugido desgarrador Cairne fue oido en todo el valle de Mulgore, y llegó lejos ayudado por el eco de las montañas, casi hasta Las tierras desoladas…

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Mensaje  Invitado Lun 16 Mar 2009 - 19:56

CAPITULO II- LOS ASTAFILADA



“ … Nadie llevó tan alto el nombre de un clan jamás, el honor era su estandarte, la canción de la gloria sonaba en sus cuernos, hechos del mismo marfil de sus ancestros caidos en la batalla, la oscura noche era su coto de caza y su presa cualquiera que quisiera mal para los Shu´Halo. Ellos son nuestros protectores desde tiempos inmemoriables, luchaban para que nosotros tuviéramos nuestra ansiada paz y si estamos aquí es gracias a ellos, hijo mío, jamás los olvides en tus oraciones y dales las gracias, porque ten por seguro que aún cuidan de nosotros”

-Relato de Cairne Pezuña de Sangre que cuenta a su hijo Blaine sobre el “supuestamente” extinto clan Astafilada.”




Comenzó en ese momento a azotar violentamente la lluvia sobre los altos riscos que daban cobijo al valle de Mulgore, una lluvia fría e incesante hizo a las tribus tauren refugiarse en sus tiendas hechas de cuero y pieles, mientras que las piras fueron apagándose una a una.

Sobre una de esas montañas, muy cercanas a Las tierras desoladas, dos oscuras figuras esperaban pacientemente el momento en que la gente de Cairne durmiera, y cuando la última hoguera de las tribus abajo afinadas se apagó, ellos se levantaron dispuestos y decididos a cumplir su cometido, honrar a la Madre con sus vidas y proteger a sus hermanos.

El enorme tauren pardo, Narr, jefe de los Astafilada trenzó trabajosamente un paño de lino tintado con sangre de conejo, aferrándolo después con fuerza a la cabeza de madera que amarraba la cuchilla de su jabalina, mientras que la otra figura, su pequeño hijo, apenas un niño, le observaba sin decir nada y escuchando con atención las indicaciones que le daba su padre sin soltar su pequeña lanza, hecha por sí mismo.

-Esta noche será tu bautizo en la batalla, hijo mío, sé que no temerás ni dudarás porque mi sangre está en tí, y la de mi padre y la del padre de mi padre. Cuando tu brazo recto agarre esa lanza recuerda que tienes algo mejor que un escudo, que un yelmo o que una coraza. Los ancestros te protegen, hijo, y cuando yo caiga tú serás más fuerte porque estaré contigo, dentro de ti.- El gran jefe Narr sonrió con complicidad a su hijo mientras uno de sus dedos manchados de ceniza de una fogata ya apagada, tiznaban de blanco la tez negra de su hijo, así como en el pecho le dibujaba un ave con las alas extendidas, la gloriosa Águila Nocturna, su tótem.

-Pero has de recordar que tenemos un cometido, no lo olvides. Cúmplelo con honor.

Narr dió varios pasos hacia atrás, y tomó carrerilla; su enorme brazo trazó un arco y lanzó la jabalina lejos, muy lejos yendo a caer cerca de la tienda del Gran jefe Cairne.

-Aún estamos aquí Cairne.-Dijo casi para sí el Jefe Narr. Y hecho ésto , padre e hijo recogieron su improvisado campamento y fueron al encuentro del resto del clan, oculto en una de las cuevas de las Tierras desoladas.

En esas tierras no había nada, tan sólo tierra herida y llena de cicatrices que la sequía le había hecho; era peor que el desierto por lo escarpado del terreno y por lo llena que estaba de peligros. Enorme truenagartos, chacales hambrientos... Y fieros Centauros.

Así como cualquiera en una noche fría, una avanzada de la de los centauros se refugiaba en una tienda de cuero y al calor de una lumbre. Intentaban “cocinar”en los carbones unas piezas de carne de kodo que casi crudas se metían en la boca, desgarrando con sus incisivos amarillentos el alimento antes de que otro miembro de la avanzada pensara que era una pieza demasiado jugosa para no compartirla. Su función allí era la de controlar los alrededores para el grueso centauro que tenía su asentamiento muy al sur de aquel lugar, y en absoluto lo hacían, ya que prestaban demasiado atención la cena. Más les hubiera valido no hacerlo.

Con las tripas llenas los centauros se acomodaron en las rocas sufriendo poco a poco el peso del sueño, hasta que todos dormían sobre las rocas cercanas a la hoguera, menos el líder de aquel grupo, o al menos el más fuerte que se resguardaba bajo la tienda de pieles.

Ágilmente el pequeño hijo de Narr se deslizó con cuidado entre las rocas, bajando con cuidado de no hacer el mínimo ruido que alertara a los Centauros. No podía fallar, sabía cual era su misión y por los ancestros que la cumpliría; le habían enseñado a no temer, a entrar en la boca del lobo y darle su merecido así que así lo hizo, después de bajar el trecho que lo separaba de los centauros, entró con cuidado a la oscura tienda tan sólo armado con su pequeña lanza de madera afilada y una pequeña daga de piedra al cinto.

El jefe de aquel grupo de centauros no estaba sólo y compartía lecho con una hembra de su especie. A los pies de un improvisado lecho de pieles de oso y chacal donde yacían, la luz de la hoguera iluminaba delatando el interior de un saco; estaba abierto y un pálido cuerno tauren podía verse sobresaliendo de él. El pequeño hijo de Narr destapó con cuidado el saco, debía ver el interior de la bolsa así que agarró del cuerno y miró fijamente la cabeza cortada de tauren. Esos bastardos Centauros habían dado caza a los Toro de Piedra y en sus manos tenía la cabeza de su líder. No tembló ni siquiera al imaginar la tortura recibida por aquel tauren honroso, pero no pudo evitar la mirada vacía de aquella cabeza: su boca había sido rajada por las comisuras en forma de una macabra sonrisa y las cuencas vacías de sus ojos estaban ahora encostradas por la sangre.

La templanza del niño le llevaba a no mostrar asombro siquiera, pero no pudo reprimir una lágrima mientras agarraba con fuerza su lanza apuntando a su enemigo, el varón y supuesto líder de la avanzada centaura que dormitaba plácidamente.

-¡¡¡POR LA MADRE TIERRAAAA!!!-Gritó con toda la fuerza que guardaba dentro de sí, a la vez que clavaba su pequeña lanza en el vientre del centauro en busca de su corazón y retorciéndola para darle muerte lo antes posible. Lo más que recibió de esté fueron las mil madiciones que soltó por su boca sanguinolienta y una coz en plena cara que hizo recular al pequeño rejón tauren. Su compañera de cama susurraba una letanía ya mientras se empezaban a dibujar brillantes chispas entre sus manos, pero el pequeño tauren no lo dudó y se lanzó de un salto sobre ella, blandiendo en su pequeña mano un rústico cuchillo de piedra. Un corte atroz dibujó una ancha línea roja en la garganta de la hechicera centauro, y después el silencio.

El pequeño tauren terminó el trabajo y salió fuera de la tienda; los centauros que antes dormían fueron ensartados por las lanzas de los Astafilada a su orden, su grito era la señal. Miró hacia arriba buscando el escondite de los lanceros, entre ellos su padre y se golpeó el pecho dos veces con el puño derecho mientras con la mano izquierda sujetaba la ligera pica en la que estaba ensartada la cabeza de jefe centauro.


Aquella noche los varones Astafilada volvieron a la cueva donde sus mujeres y niños les esperaban; Y allí esperaron largo tiempo el siguiente movimiento centauro.

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Mensaje  Invitado Lun 16 Mar 2009 - 19:57

CAPITULO 3 - EXTINCIÓN

-¿Madre?-

Noctula, la hija pequeña del Jefe Narr se ocultaba entre los brazos de su madre, temblando, queriendo que aquello no estuviera sucediendo. Los centauros habían encontrado la guarida de los Astafilada.

Una nube densa de humo llenaba ya todos los recovecos de la estancia y los virotes de los centauros silbaban por todos lados. Pretendían sacar a los taurens de la cueva o que se ahogaran, ese era su plan; un centenar de centauros se apilaban en la boca de aquella cueva, unos pocos avivando las piras usando la poca vegetación de la zona, otros colocando con cuidado en sus ballestas los virotes envenenados, preparándose para la contienda.

Dentro del refugio de los Astafilada tan sólo resonaba el llanto de Noctula, la niña tauren. Los varones del clan permanecían agazapados en silencio, con los rostros tapados por paños de lino humedecidos en una brecha en la pared, un pequeño manantial que emanaba de la roca viva en aquella cueva. Tan sólo podían esperar a que sus enemigos los creyeran muertos por el humo.

El jovencísimo pero valiente hijo de Narr, el hermano de Noctula no temblaba por el miedo, si no por la impaciencia del momento, quería demostrar contra el mayor de los enemigos de su raza de qué estaba hecho. Oculto junto a su padre tras una losa de piedra, perdían la mirada en aquella humareda y cuando pasó el primer centauro dando orden al resto de que entraran supieron que era el momento.

Narr atacó desde abajo, lanzando una punzada mortal que acabaría en las tripas del aquel centauro desprevenido, mientras su hijo trepaba sobre la losa y acababa el trabajo, clavando su lanza en el cuello de su enemigo, impidiéndole gritar.

Otros tantos centauros apenas dieron un par de pasos dentro de la cueva antes de caer, pero mientras los tauren los combatían, el pequeño hijo de Narr comenzó a andar agazapado sin soltar su lanza buscando la salida de la cueva, no dándose cuenta de qué eso es lo que querían sus enemigos.

La primera descarga de virotes ponzoñosos alcanzó de lleno al pequeño guerrero haciéndole caer a plomo contra el suelo. No podía respirar, no podía ver, pero tenía la certeza de que se había equivocado, debía haberse quedado con su padre.

El veneno comenzó a hacer su efecto, anestesiando sus movimientos; desde aquel lugar en el que estaba tumbado supo que le quedaba poco tiempo así que a rastras buscó con el tacto su lanza y se arrastró hacia un rincón, ocultándose tras un cadáver de centauro.
Se examinó buscando los impactos de los virotes, palpando su pecho y su cara. Tres de las heridas no hubieran sido de importancia si no fueran por el veneno, dos más en su pecho no le dejaban respirar, pero la que más dolió fue la de su ojo, si no sacaba el virote tenía muerte asegurada. Haciendo acopio de todo su coraje, comezó a extraer con la ayuda de primitiva daga todos los virotes empezando por los que se clavaban en sus piernas y acabando por los des su pecho; con el gusto de sangre en la boca, jadeó sin cesar, pero no gritó hasta el último virote, el de su ojo, que lo llevó a la inconsciencia.

Los Astafilada aguantaron horas en aquella cueva en la que ya imperiaba el olor a la sangre de los caidos. Apenas podían ver a sus adversarios y las descargar de virotes centauros eran cada vez más frecuentes y desde más cerca.

Noctula tan sólo quería que todo acabara ya, no entendía nada.

-¿Por qué madre?

La madre de Noctula abrazó más fuerte a la pequeña tauren a la vez que la respondía con una tos;

-…¿Madre?

-No hay tiempo mi pequeña, se nos acaba- Dijo su madre a la vez que desenvolvía un pedazo de roca tallada que entre oraciones depositaba con cuidado frente a la pequeña brecha del manantial de la cueva.

Y rugió la tierra. Grandes rocas se desprendían del interior y exterior de la montaña, aplastando a los enemigos de los tauren y taponando poco a poco la entrada a la vez que la brecha de aquel manantial de la cueva se hacía más grande, más o menos del mismo tamaño que Noctula.

-Ve hija, ve- Dijo la madre de Noctula mientras tosía y empujaba poco a poco a su hija a lo que sería su salida.

Noctula no pudo responder a su madre cuando ya estaba cayendo por un interminable túnel dentro de la montaña…
_______

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