Breeza
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Breeza
Capítulo 1: La renegada. Terror en el Bosque de Argénteos
- “Mírale… es guapo verdad? Sí… tiene los mismos ojos que él… Todavía recuerdo la luz del sol, su corazón latiendo junto al mío… ¿Qué cómo te puedo ver? Acaso no ves que soy ciega? ¡Estúpido!... Si. Humanos como tú me arrancaron los ojos, me violaron y me entregaron a la cruzada escarlata. Afortunadamente tuvieron un final lo bastante terrible. Creo que ahora todos ellos sirven al Rey Exánime cerca de su fortaleza volante de Naxxramas. Sabes que tienes un bonito pelo? Se parece a ese de las escobas que tenía tía Linathiel… De esas así con las hebras largas finas y amarillas. No me mires con esos ojos tan extraños. Yo vivía en… si. Una vez estuve viva. Como tú gallinita mía… No, no te asustes. Creo que el hedor a muerte es algo que mejoré hace bastante tiempo y mi aspecto es envidiable… Para no estar viva ¡ja!”
- “Pues como te iba contando yo vivía en Auberdine. Auberdine es una preciosa aldea llena de vida donde viven unos cuantos Kal’Dorei. Es un lugar pequeño. Yo me aburría en ese pueblo de pescadores y me marché lejos de ahí… Por un azar del destino y , todo sea dicho, por la amabilidad de los marinos de Theramore acabé en Menethil. Buena gente esos humanos. Me dieron casa, café, puro y copa, como se suele decir. También me denunciaron a los miserables de… ¡OYE! ¡DESPIERTA ASQUEROSO GUSANO!”
El aterrado humano da un respingo y cuando ve a Breeza está a punto de desmayarse de nuevo. Quién le mandaría a él volver a lo que había sido su pueblo.
- “Lo… lo siento señora” - apenas consiguió a balbucear el individuo
Breeza le miró con odio y pareció escuchar a alguien que le hablaba.
- “Ellos dicen que eres un individuo muy atrevido para venir aquí así como vas. Sin armas… Mira vamos a hacer una cosa. Me gustan los juegos. Ahora jugaremos al ‘corre que te pillo’”.
La expresión del humano era todo un cuadro. Si seguía temblando se le descoyuntarían todas las articulaciones del cuerpo.
- “Y… en qu… que consiste ese juego?” - acertó a decir.
- “Bueno” - sonrió Breeza - “Es bien sencillo. Yo cuento hasta 20 y tu corres. Si llegas a tu casa, ganas; si te atrapo… mueres” - Y cuando dijo esto el humano pudo sentir su terrible mirada sin ojos clavada en el corazón palpitante.
Al instante empezó a correr. Tropezó con el quicio de la puerta pero continuó su loca carrera.
Breeza contó hasta 20. Lentamente. No tenía prisa alguna. Al llegar a 20 murmuró unas palabras ininteligibles. Una luz morada envolvió su cuerpo e inmediatamente apareció frente al desdichado humano, que ya se había alejado casi una milla hacia el bosque de argénteos. Se quedó tendido en el suelo de espaldas medio incorporado con los ojos de quien ha visto a la misma muerte.
Con una furia demoníaca en sus ojos levantó la daga con la intención de atravesar el cráneo del humano como si fuera una aceituna… pero antes de hacerlo pareció que la habían golpeado y cayó al suelo de bruces.
- “En… en qué me he convertido!”- sollozó - “¿Por qué no me has acompañado en esta muerte?... Estoy tan sola…”
Durante unos instantes sigue sollozando. De repente se incorpora bruscamente. La cruel daga guardada en el raído cinturón.
- “Vete” - ordena con voz de ultratumba
El humano no puede creer que haya escapado de su cruel destino.
- “Vete… Y no oses volver a tierras de los renegados. Este mundo está vetado a los vivos. Ahora ¡CORRE!”
Por segunda vez el humano corre como si estuviera poseído. Breeza se da la vuelta y a paso lento marcha hacia su ruinosa cabaña. La tristeza embarga su ser. La mayoría del tiempo Breeza es despreocupada y jovial. La típica abuela que cuida de todos los que le rodean y a todos, ya sean niños o grandes guerreros, les trata como si fueran niños a los que tiene que decir lo que hacer y no duda en soltarles un cachete para meterles en cintura. Sin embargo el despertar fue demasiado fuerte para su frágil mente. A veces entra en estados de furia asesina, a veces en la más profunda de las depresiones.
- “Mírale… es guapo verdad? Sí… tiene los mismos ojos que él… Todavía recuerdo la luz del sol, su corazón latiendo junto al mío… ¿Qué cómo te puedo ver? Acaso no ves que soy ciega? ¡Estúpido!... Si. Humanos como tú me arrancaron los ojos, me violaron y me entregaron a la cruzada escarlata. Afortunadamente tuvieron un final lo bastante terrible. Creo que ahora todos ellos sirven al Rey Exánime cerca de su fortaleza volante de Naxxramas. Sabes que tienes un bonito pelo? Se parece a ese de las escobas que tenía tía Linathiel… De esas así con las hebras largas finas y amarillas. No me mires con esos ojos tan extraños. Yo vivía en… si. Una vez estuve viva. Como tú gallinita mía… No, no te asustes. Creo que el hedor a muerte es algo que mejoré hace bastante tiempo y mi aspecto es envidiable… Para no estar viva ¡ja!”
- “Pues como te iba contando yo vivía en Auberdine. Auberdine es una preciosa aldea llena de vida donde viven unos cuantos Kal’Dorei. Es un lugar pequeño. Yo me aburría en ese pueblo de pescadores y me marché lejos de ahí… Por un azar del destino y , todo sea dicho, por la amabilidad de los marinos de Theramore acabé en Menethil. Buena gente esos humanos. Me dieron casa, café, puro y copa, como se suele decir. También me denunciaron a los miserables de… ¡OYE! ¡DESPIERTA ASQUEROSO GUSANO!”
El aterrado humano da un respingo y cuando ve a Breeza está a punto de desmayarse de nuevo. Quién le mandaría a él volver a lo que había sido su pueblo.
- “Lo… lo siento señora” - apenas consiguió a balbucear el individuo
Breeza le miró con odio y pareció escuchar a alguien que le hablaba.
- “Ellos dicen que eres un individuo muy atrevido para venir aquí así como vas. Sin armas… Mira vamos a hacer una cosa. Me gustan los juegos. Ahora jugaremos al ‘corre que te pillo’”.
La expresión del humano era todo un cuadro. Si seguía temblando se le descoyuntarían todas las articulaciones del cuerpo.
- “Y… en qu… que consiste ese juego?” - acertó a decir.
- “Bueno” - sonrió Breeza - “Es bien sencillo. Yo cuento hasta 20 y tu corres. Si llegas a tu casa, ganas; si te atrapo… mueres” - Y cuando dijo esto el humano pudo sentir su terrible mirada sin ojos clavada en el corazón palpitante.
Al instante empezó a correr. Tropezó con el quicio de la puerta pero continuó su loca carrera.
Breeza contó hasta 20. Lentamente. No tenía prisa alguna. Al llegar a 20 murmuró unas palabras ininteligibles. Una luz morada envolvió su cuerpo e inmediatamente apareció frente al desdichado humano, que ya se había alejado casi una milla hacia el bosque de argénteos. Se quedó tendido en el suelo de espaldas medio incorporado con los ojos de quien ha visto a la misma muerte.
Con una furia demoníaca en sus ojos levantó la daga con la intención de atravesar el cráneo del humano como si fuera una aceituna… pero antes de hacerlo pareció que la habían golpeado y cayó al suelo de bruces.
- “En… en qué me he convertido!”- sollozó - “¿Por qué no me has acompañado en esta muerte?... Estoy tan sola…”
Durante unos instantes sigue sollozando. De repente se incorpora bruscamente. La cruel daga guardada en el raído cinturón.
- “Vete” - ordena con voz de ultratumba
El humano no puede creer que haya escapado de su cruel destino.
- “Vete… Y no oses volver a tierras de los renegados. Este mundo está vetado a los vivos. Ahora ¡CORRE!”
Por segunda vez el humano corre como si estuviera poseído. Breeza se da la vuelta y a paso lento marcha hacia su ruinosa cabaña. La tristeza embarga su ser. La mayoría del tiempo Breeza es despreocupada y jovial. La típica abuela que cuida de todos los que le rodean y a todos, ya sean niños o grandes guerreros, les trata como si fueran niños a los que tiene que decir lo que hacer y no duda en soltarles un cachete para meterles en cintura. Sin embargo el despertar fue demasiado fuerte para su frágil mente. A veces entra en estados de furia asesina, a veces en la más profunda de las depresiones.
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Re: Breeza
Capítulo 2: La elfa. La Dama de las Flores Púrpuras
Dicen que cuando uno muere puede se acaban los remordimientos y llega el descanso del olvido. Eso sólo es cierto a veces... Ella era la hija mayor de los Hojafresno; una de las familias nobles de Auberdine. Altanera y orgullosa, miraba por encima del hombro a la chusma como niña malcriada que era. En aquellos tiempos la amenaza de la legión era un mal enterrado en el pasado y los elfos nocturnos vivían aislados en los enormes bosques de Vallefresno. En Auberdine muchas familias humildes obtenían su sustento por medio de la pesca.
Entre esos pescadores estaba él. Un elfo joven del que nunca supo su nombre. Su sonrisa inocente y su profunda mirada eran lo único que rompían la coraza de vanidad en la que Breeza se había envuelto.
Nunca pudo quitarse sus prejuicios del todo. Un día partió hacia el lejano desierto del sur para luchar junto al Archidruida Fandral y no volvió jamás. No tenía familiares. Muy pocos elfos honraron su memoria; entre ellos Breeza, que enterró una rosa púrpura en la playa muy cerca de lo que hoy es el muelle desde el que parten los barcos hacia el Exodar y Darnassus. Hoy su corazón muerto todavía guarda una espina de esa flor. Una que nunca caerá.
Capítulo 3: La huída. Hacia lo desconocido
Dicen los que la conocían (que ya son pocos, puesto que los Kal’Dorei no son inmortales) que desde la desaparición del joven pescador ella no volvió a ser la misma. Se volvió una elfa reservada y no se dejaba ver demasiado fuera de su casa familiar. Sus intereses por la magia (arte vetada para los Kal’Dorei) hicieron que mucha gente no la viera con buenos ojos. Así que un día tomó un barco hacia Menethil y partió del que había sido su hogar hasta entonces, en busca de un futuro mejor, lejos de la pena de aquel brumoso paraje. Se estableció en el pueblo de Menethil y desde allí continuó sus pequeños estudios de magia, relacionándose lo justo con los humanos.
Capítulo 4: La muerte. ¿Todo tiene su fin?
Los humanos temen a lo que no comprenden. Los campesinos tienden a ser intolerantes y xenófobos con alguien que puede hacer brotar llamas de la punta de sus dedos. Lo siguiente que supo es que fue entregada a la chusma enfervorecida para calmar la sed de sangre del pueblo. Cometieron terribles atrocidades con ella y, siendo un despojo de la bella elfa que había sido un día pero aun con vida, fue llevada a la sede de la cruzada escarlata para “purificarla” según decían algunos.
Tendida en una camilla sin posibilidad de moverse. Ciega. Violada y salvajemente golpeada esperó la muerte en aquel oscuro mar de tinieblas en que ahora vivía. Pero ese anhelado descanso no llegó. Escuchó gritos, gorgoteos y después una gran sensación de paz... Todo había terminado. El odio y el dolor que habían rasgado su conciencia durante tanto tiempo se difuminaban ahora con el dulce bálsamo de la muerte.
Dicen que cuando uno muere puede se acaban los remordimientos y llega el descanso del olvido. Eso sólo es cierto a veces... Ella era la hija mayor de los Hojafresno; una de las familias nobles de Auberdine. Altanera y orgullosa, miraba por encima del hombro a la chusma como niña malcriada que era. En aquellos tiempos la amenaza de la legión era un mal enterrado en el pasado y los elfos nocturnos vivían aislados en los enormes bosques de Vallefresno. En Auberdine muchas familias humildes obtenían su sustento por medio de la pesca.
Entre esos pescadores estaba él. Un elfo joven del que nunca supo su nombre. Su sonrisa inocente y su profunda mirada eran lo único que rompían la coraza de vanidad en la que Breeza se había envuelto.
Nunca pudo quitarse sus prejuicios del todo. Un día partió hacia el lejano desierto del sur para luchar junto al Archidruida Fandral y no volvió jamás. No tenía familiares. Muy pocos elfos honraron su memoria; entre ellos Breeza, que enterró una rosa púrpura en la playa muy cerca de lo que hoy es el muelle desde el que parten los barcos hacia el Exodar y Darnassus. Hoy su corazón muerto todavía guarda una espina de esa flor. Una que nunca caerá.
Capítulo 3: La huída. Hacia lo desconocido
Dicen los que la conocían (que ya son pocos, puesto que los Kal’Dorei no son inmortales) que desde la desaparición del joven pescador ella no volvió a ser la misma. Se volvió una elfa reservada y no se dejaba ver demasiado fuera de su casa familiar. Sus intereses por la magia (arte vetada para los Kal’Dorei) hicieron que mucha gente no la viera con buenos ojos. Así que un día tomó un barco hacia Menethil y partió del que había sido su hogar hasta entonces, en busca de un futuro mejor, lejos de la pena de aquel brumoso paraje. Se estableció en el pueblo de Menethil y desde allí continuó sus pequeños estudios de magia, relacionándose lo justo con los humanos.
Capítulo 4: La muerte. ¿Todo tiene su fin?
Los humanos temen a lo que no comprenden. Los campesinos tienden a ser intolerantes y xenófobos con alguien que puede hacer brotar llamas de la punta de sus dedos. Lo siguiente que supo es que fue entregada a la chusma enfervorecida para calmar la sed de sangre del pueblo. Cometieron terribles atrocidades con ella y, siendo un despojo de la bella elfa que había sido un día pero aun con vida, fue llevada a la sede de la cruzada escarlata para “purificarla” según decían algunos.
Tendida en una camilla sin posibilidad de moverse. Ciega. Violada y salvajemente golpeada esperó la muerte en aquel oscuro mar de tinieblas en que ahora vivía. Pero ese anhelado descanso no llegó. Escuchó gritos, gorgoteos y después una gran sensación de paz... Todo había terminado. El odio y el dolor que habían rasgado su conciencia durante tanto tiempo se difuminaban ahora con el dulce bálsamo de la muerte.
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Re: Breeza
Capítulo 5: El despertar. No. Parece que algunas almas están condenadas a no tener descanso
Pero estaba realmente muerta? Mientras su mente vagaba en el limbo a veces creía distinguir como entre nieblas una realidad. No era una realidad agradable. Sólo se adivinaban escenas de muerte y aflicción. Pero poco le importaba ya que ahora era feliz. A lo mejor eran pesadillas o eso hubiera creído si no hubiera sido por las voces.
Sabía que no estaba sola. A veces eran susurros y a veces estridentes gritos pero había voces que le hablaban. Eran conciencias que constantemente le daban información sobre los fugaces retazos de realidad que distinguía. Incluso llegó a la conclusión de que lo que veía era a través de los ojos de estos entes.
Poco a poco fue teniendo mayor dominio sobre ese poder. Las sombras se fueron haciendo nítidas y lo que antes habían sido formas confusas a su alrededor ahora eran... cadáveres. Pero cadáveres que andaban y sembraban la destrucción y el miedo a su paso. Lo peor de todo es que ella era uno de ellos.
El despertar fue violento. Durante mucho tiempo asistió desde su propio cuerpo a carnicerías que ella misma cometía. Estaba encerrada en su propio cuerpo y tenía, día tras día, que asistir impotente al nauseabundo espectáculo de formar parte del Azote de los no-muertos. Un día ya no pudo más y, sacando fuerzas nacidas desde lo más hondo de su ser consiguió recuperar el dominio de su cuerpo y escapar. Claro está, aquel supremo esfuerzo mental le cobró un precio. Durante mucho tiempo pagó el esfuerzo realizado y su mente vagó por los abismos de la locura.
Capítulo 6: Los Recios, o cómo la casualidad puede decidir tu destino
Breeza se tumbó sobre el ajado colchón y se quedó mirando al techo. Pero hoy tenía cosas en las que pensar. Novedades. Gente nueva. Había ido a visitar Orgrimmar. Ahora que supuestamente pertenecía al pueblo de los renegados era bienvenida allí y, la verdad, siempre había tenido curiosidad de ver la capital de la poderosa Horda. La verdad es que no le decepcionó. Era una arquitectura tosca pero había en ella algo del apego a la naturaleza que sentían los elfos; si bien los elfos rendían tributo al agua clara de los arroyos, a la luz de las estrellas y al susurro del viento en las copas de los árboles, los orcos la rendían a la tierra roja dadora de vida, al rugir de las cataratas y al fragor de la tormenta. Era todo tan opuesto y a la vez tan parecido...
Durante horas anduvo explorando cada rincón de la ciudad fascinada. Con los pocos ahorros que tenía pudo comprar un elegante vestido que sustituía a la funcional equipación de viaje que llevaba puesta. De repente algo le llamó la atención: Un grupo de Sin’Dorei estaban reunidos en torno a un estanque. Algunos de ellos portaban un tabardo blanco que les distinguía como pertenecientes a algún tipo de orden militar. Movida por la curiosidad se acercó para ver que sucedía y en seguida lo supo: Había llegado justo en medio de una boda. Cuántos recuerdos le trajo esto... Tan embelesada estaba observando a los afortunados que un enorme orco que asistía a la ceremonia le invitó a unirse a ella.
La ceremonia fue muy emotiva. Si hubiera tenido lágrimas habría llorado como una madalena. Aun así se dejó embargar por la felicidad de los invitados y tomó parte en los festejos que siguieron. Por primera vez en su vida... Bueno, en su muerte, se sintió parte de algo. Tras las despedidas, prometiendo volver algún día por allí, tomó el zeppelin hasta Molino Tarren y volvió a su hogar, hoy un poco más acogedor que otros días.
- “Ese orco tan majete... Gathol creo que dijo que se llamaba, me dijo algo acerca de un grupo de gente como yo (qué habrá querido decir con eso) al que le gustaría invitarme o algo así. No recuerdo bien” - se dice mientras se recolocaba la rótula izquierda, bastante desmejorada desde que despertó.
- “Además recuerdo que incluso me dio un nombre... Tengo que cuidarme esa memoria... Los Suaves?, no. Me suena a grupo de música Tauren... Los Machos?... No creo. Había mujeres entre ellos.... Ya está! Lo recuerdo! Era “Los Tercos”.
- “Bueno. Supongo que debería escribirle una carta o algo así. Me pondré enseguida manos a la obra” - Diciendo esto sacó del cajón una preciosa pluma de ganso, un pequeño tintero y se puso a escribir...
Envolvió la carta en un sobre, le puso unas gotas de lacre y con esbelta letra escribió en el sobre:
“Gathol, de la hermandad de “Los Tercos”
Dejó la carta en el buzón de la posada de Rémol y con paso renqueante salió hacia Entrañas a atender unos asuntos.
Pero estaba realmente muerta? Mientras su mente vagaba en el limbo a veces creía distinguir como entre nieblas una realidad. No era una realidad agradable. Sólo se adivinaban escenas de muerte y aflicción. Pero poco le importaba ya que ahora era feliz. A lo mejor eran pesadillas o eso hubiera creído si no hubiera sido por las voces.
Sabía que no estaba sola. A veces eran susurros y a veces estridentes gritos pero había voces que le hablaban. Eran conciencias que constantemente le daban información sobre los fugaces retazos de realidad que distinguía. Incluso llegó a la conclusión de que lo que veía era a través de los ojos de estos entes.
Poco a poco fue teniendo mayor dominio sobre ese poder. Las sombras se fueron haciendo nítidas y lo que antes habían sido formas confusas a su alrededor ahora eran... cadáveres. Pero cadáveres que andaban y sembraban la destrucción y el miedo a su paso. Lo peor de todo es que ella era uno de ellos.
El despertar fue violento. Durante mucho tiempo asistió desde su propio cuerpo a carnicerías que ella misma cometía. Estaba encerrada en su propio cuerpo y tenía, día tras día, que asistir impotente al nauseabundo espectáculo de formar parte del Azote de los no-muertos. Un día ya no pudo más y, sacando fuerzas nacidas desde lo más hondo de su ser consiguió recuperar el dominio de su cuerpo y escapar. Claro está, aquel supremo esfuerzo mental le cobró un precio. Durante mucho tiempo pagó el esfuerzo realizado y su mente vagó por los abismos de la locura.
Capítulo 6: Los Recios, o cómo la casualidad puede decidir tu destino
Breeza se tumbó sobre el ajado colchón y se quedó mirando al techo. Pero hoy tenía cosas en las que pensar. Novedades. Gente nueva. Había ido a visitar Orgrimmar. Ahora que supuestamente pertenecía al pueblo de los renegados era bienvenida allí y, la verdad, siempre había tenido curiosidad de ver la capital de la poderosa Horda. La verdad es que no le decepcionó. Era una arquitectura tosca pero había en ella algo del apego a la naturaleza que sentían los elfos; si bien los elfos rendían tributo al agua clara de los arroyos, a la luz de las estrellas y al susurro del viento en las copas de los árboles, los orcos la rendían a la tierra roja dadora de vida, al rugir de las cataratas y al fragor de la tormenta. Era todo tan opuesto y a la vez tan parecido...
Durante horas anduvo explorando cada rincón de la ciudad fascinada. Con los pocos ahorros que tenía pudo comprar un elegante vestido que sustituía a la funcional equipación de viaje que llevaba puesta. De repente algo le llamó la atención: Un grupo de Sin’Dorei estaban reunidos en torno a un estanque. Algunos de ellos portaban un tabardo blanco que les distinguía como pertenecientes a algún tipo de orden militar. Movida por la curiosidad se acercó para ver que sucedía y en seguida lo supo: Había llegado justo en medio de una boda. Cuántos recuerdos le trajo esto... Tan embelesada estaba observando a los afortunados que un enorme orco que asistía a la ceremonia le invitó a unirse a ella.
La ceremonia fue muy emotiva. Si hubiera tenido lágrimas habría llorado como una madalena. Aun así se dejó embargar por la felicidad de los invitados y tomó parte en los festejos que siguieron. Por primera vez en su vida... Bueno, en su muerte, se sintió parte de algo. Tras las despedidas, prometiendo volver algún día por allí, tomó el zeppelin hasta Molino Tarren y volvió a su hogar, hoy un poco más acogedor que otros días.
- “Ese orco tan majete... Gathol creo que dijo que se llamaba, me dijo algo acerca de un grupo de gente como yo (qué habrá querido decir con eso) al que le gustaría invitarme o algo así. No recuerdo bien” - se dice mientras se recolocaba la rótula izquierda, bastante desmejorada desde que despertó.
- “Además recuerdo que incluso me dio un nombre... Tengo que cuidarme esa memoria... Los Suaves?, no. Me suena a grupo de música Tauren... Los Machos?... No creo. Había mujeres entre ellos.... Ya está! Lo recuerdo! Era “Los Tercos”.
- “Bueno. Supongo que debería escribirle una carta o algo así. Me pondré enseguida manos a la obra” - Diciendo esto sacó del cajón una preciosa pluma de ganso, un pequeño tintero y se puso a escribir...
Querido Gathol,
He estado considerando tu propuesta (Me refiero a la que decía algo sobre una hermandad, no a la otra propuesta. Sabes que eso no funcionaría) y he de reconocer que me ha interesado bastante. Realmente no se a qué os dedicáis pero no parecíais mala gente.
Os estuve observando detenidamente y creo que necesitáis alguien con mi sentido común y forma práctica de ver las cosas.
Por cierto, dile a ese jovenzuelo... como se llamaba... ah si. Dorian. Que como vuelva a mirarme de ese modo y pensar esas cosas que sé que estaba pensando voy a tener que retorcerle esas largas orejas suyas.
Sinceramente: Lady Breeza
Envolvió la carta en un sobre, le puso unas gotas de lacre y con esbelta letra escribió en el sobre:
“Gathol, de la hermandad de “Los Tercos”
Dejó la carta en el buzón de la posada de Rémol y con paso renqueante salió hacia Entrañas a atender unos asuntos.
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Re: Breeza
Capítulo 7: Pai
Extraído del diario de Pai’Thalas Cieloscuro, explorador y espía elfo dentro de la alianza
Hoy he vuelto a nacer.
Hay ocasiones en las que el destino nos brinda situaciones con las que parece querer que nos demos cuenta de cómo funciona realmente el mundo. Por una de estas estoy ahora vivo para poder escribir estas líneas.
Todo ocurrió hace apenas cuatro jornadas. Yo volvía de las montañas de Alterac en las que había estado recogiendo hojas de Ivernalia. Antes de volver quise hacer un inciso en mi camino para agradecer sus servicios a los enanos de Pico Nidal. Hacía casi un mes que sus cuidados me salvaron de la muerte.
Para viajar desde Alterac hasta Pico Nidal suelo tomar el atajo de rodear por el norte el bastión renegado de Molino Tarren. Es un camino peligroso muy vigilado por los terribles centinelas de dicha ciudad, que me atacarían sin pensarlo. Tras rodear el Molino aun queda cruzar el río y ya desde ahí bordear por el norte las ruinas del antiguo campo de prisioneros de Durnholde. Casi nada. Sin embargo es un camino sustancialmente más corto.
No hubo problemas en la travesía de Molino Tarren y me disponía a descender el pequeño barranco por el que discurre el río, sin embargo no había contado con que las recientes lluvias habían ablandado el suelo considerablemente. Parte de una pequeña cornisa cedió y me precipité hacia unas rocas. Después de un intenso dolor no sentí nada más. Silencio.
Cuando desperté no recordaba donde estaba, pero enseguida unos terribles dolores me recordaron lo sucedido. Grité, pues era imposible no hacerlo. Prefería la muerte antes de tener que soportarlo un minuto más. De repente, una demacrada y fría mano me tapó la boca. Sin duda había caído prisionero de los renegados. No pude menos que lamentar profundamente mi destino.
Lo que ví me dejó helado. Tenía entendido que los renegados estaban compuestos en su mayor parte por humanos que sucumbieron a la plaga; sin embargo lo que se alzaba ante mí era (o había sido) una elfa nocturna, sin duda. La muerte no había sido apenas capaz de arrebatarle su belleza. Su encrespado cabello azul verdoso rivalizaba con el fulgor de su mirada. En perfecto Darnassiano me dijo:
- "Calla. Podrían oírte los de ahí arriba" - señaló hacia el lúgubre molino - "y realmente, mi pequeño petirrojo, no desearías nunca que eso ocurriera"
La obedecí sin reservas. Cuando la miré más fijamente me dí cuenta de que había algo que no me encajaba. Dos tiras de cuero tapaban sus ojos y muy probablemente no veía nada con ellos. ¿Cómo era entonces que antes hubiera yo captado tal fulgor en su mirada?. Pese a todo se debió dar cuenta de que la estaba mirando fijamente pues me dijo:
- "Si, soy ciega como ya te has dado cuenta. Sin embargo es muy posible que vea mejor que tú" - Me confió mientras me mostraba una cálida sonrisa.
Me trasladó a una pequeña cueva que había un poco más al norte. Durante dos días se ocupó de mis heridas y calmó mi dolor usando magia, la cual dominaba. Me hizo compañía y pronto aprecié su compañía y su práctico sentido de la vida... O de la muerte. Un solo dolor no pudo calmar en mí, y éste era el que me producía el tener que despedirme de ella.
- "¿Podré volver a verte algún día?" - Pregunté anhelante
Si no supiera que era ciega juraría que me lanzó una mirada tímida. Por una vez no utilizó su cháchara jovial y despreocupada para responderme
- "Tranquilo Pai. Tenemos todo el tiempo del mundo para volver a vernos" - Respondió mirándose la demacrada piel de las manos
Echó a andar con paso inseguro entre los esbeltos pinos que marcaban el sendero hacia Molino Tarren.
- "¡¡Espera!!" - grité - "Tu nombre. No me has dicho tu nombre y necesito poner nombre a quien me ha salvado la vida".
Ella se giró y me dijo con una sonrisa: "Breeza"
Desde entonces Pai lo dejó todo. Ahora vive en la más absoluta soledad. Sólo Breeza sabe dónde y cómo encontrarle. Aunque este sea un amor imposible, ¿habrá hecho más felices a los dos? ¿habrá ayudado a Breeza a recuperar la cordura?
Capítulo 8: Bahía del Botín. Buscando vida inteligente
De los diarios de Lady Breeza
Era una hora avanzada de una noche cualquiera. Desde la proa del navío galopo por el mar embravecido. La cálida brisa entre mis encrespados cabellos me indica que:
b) Estoy llegando (tras 8 horas en tercera clase) a la Bahía del Botín
a) El lavado de cabello mágico al que me sometí ha surtido efecto. La capa impermeable que lo cubría ha desaparecido
Cuando desembarco lo primero que me llaman la atención es un grupito de humanos que me observa con gesto desafiante.
- “Heru lette ai rea, ko ko novas” - Me dice uno con una fea sonrisa burlona en su rostro.
Seguro que me está insultando el muy gañán. Su fuerte olor a sobaco me golpea las pituitarias cuando levanta el brazo para rascarse el melón
- “Kataklin kataklan, aguachifeins, de eso que tracatrá trequetré” - Le digo yo, sabiendo que aun así no me va a comprender.
El muy gañán, después de dar un codazo a su amigo elfo, me señala y comienza a partirse la caja riéndose de mi... Como si no se hubiera visto él. Como respuesta busco uno de mis mejores mocos, que guardaba desde hace tiempo, se lo enseño y le digo:
- “Tomamoco warrete, ques mu bueno pair al retrete”
Los guardias goblin nos miran con recelo. Deben estar tan acostumbrados a este tipo de bobainadas que su expresión es más de cansancio que de enfado. Dejándoles en su conversación de humanos (Decían algo así como “kareto mekete Bisbal nojaira”) me voy a hacer mis cositas. Hago un par de compras y vuelvo al puerto dispuesta a coger de nuevo el barco para ir a Trinquete.
Cuando vuelvo el humano de antes está subiendo al barco. Me mira cuando subo al barco y yo le miro a él. El tío bruto se empieza a crujir los nudillos, saca su espada, le saca brillo, y me sonríe con sorna. Creo que hoy me iré a la cama calentita y este humano es muy poco atractivo. :-S
Cuando el barco zarpó supe que había llegado mi hora... mi hora de reirme. Un hechizo de miedo lanzado justo a tiempo y la pobre gallinita fue a dar con sus huesos en el agua. Los guardias de la orilla se mofaron, los vendedores de cacharros se revolcaron por los suelos llorando a lágrima viva, a varios piratas Velasangre de la playa adyacente les dio un síncope y los grifos y dracoleones cayeron desde sus atalayas por que esto ya no se podía aguantar
Parece que un tontaina había recibido su merecido
Extraído del diario de Pai’Thalas Cieloscuro, explorador y espía elfo dentro de la alianza
Hoy he vuelto a nacer.
Hay ocasiones en las que el destino nos brinda situaciones con las que parece querer que nos demos cuenta de cómo funciona realmente el mundo. Por una de estas estoy ahora vivo para poder escribir estas líneas.
Todo ocurrió hace apenas cuatro jornadas. Yo volvía de las montañas de Alterac en las que había estado recogiendo hojas de Ivernalia. Antes de volver quise hacer un inciso en mi camino para agradecer sus servicios a los enanos de Pico Nidal. Hacía casi un mes que sus cuidados me salvaron de la muerte.
Para viajar desde Alterac hasta Pico Nidal suelo tomar el atajo de rodear por el norte el bastión renegado de Molino Tarren. Es un camino peligroso muy vigilado por los terribles centinelas de dicha ciudad, que me atacarían sin pensarlo. Tras rodear el Molino aun queda cruzar el río y ya desde ahí bordear por el norte las ruinas del antiguo campo de prisioneros de Durnholde. Casi nada. Sin embargo es un camino sustancialmente más corto.
No hubo problemas en la travesía de Molino Tarren y me disponía a descender el pequeño barranco por el que discurre el río, sin embargo no había contado con que las recientes lluvias habían ablandado el suelo considerablemente. Parte de una pequeña cornisa cedió y me precipité hacia unas rocas. Después de un intenso dolor no sentí nada más. Silencio.
Cuando desperté no recordaba donde estaba, pero enseguida unos terribles dolores me recordaron lo sucedido. Grité, pues era imposible no hacerlo. Prefería la muerte antes de tener que soportarlo un minuto más. De repente, una demacrada y fría mano me tapó la boca. Sin duda había caído prisionero de los renegados. No pude menos que lamentar profundamente mi destino.
Lo que ví me dejó helado. Tenía entendido que los renegados estaban compuestos en su mayor parte por humanos que sucumbieron a la plaga; sin embargo lo que se alzaba ante mí era (o había sido) una elfa nocturna, sin duda. La muerte no había sido apenas capaz de arrebatarle su belleza. Su encrespado cabello azul verdoso rivalizaba con el fulgor de su mirada. En perfecto Darnassiano me dijo:
- "Calla. Podrían oírte los de ahí arriba" - señaló hacia el lúgubre molino - "y realmente, mi pequeño petirrojo, no desearías nunca que eso ocurriera"
La obedecí sin reservas. Cuando la miré más fijamente me dí cuenta de que había algo que no me encajaba. Dos tiras de cuero tapaban sus ojos y muy probablemente no veía nada con ellos. ¿Cómo era entonces que antes hubiera yo captado tal fulgor en su mirada?. Pese a todo se debió dar cuenta de que la estaba mirando fijamente pues me dijo:
- "Si, soy ciega como ya te has dado cuenta. Sin embargo es muy posible que vea mejor que tú" - Me confió mientras me mostraba una cálida sonrisa.
Me trasladó a una pequeña cueva que había un poco más al norte. Durante dos días se ocupó de mis heridas y calmó mi dolor usando magia, la cual dominaba. Me hizo compañía y pronto aprecié su compañía y su práctico sentido de la vida... O de la muerte. Un solo dolor no pudo calmar en mí, y éste era el que me producía el tener que despedirme de ella.
- "¿Podré volver a verte algún día?" - Pregunté anhelante
Si no supiera que era ciega juraría que me lanzó una mirada tímida. Por una vez no utilizó su cháchara jovial y despreocupada para responderme
- "Tranquilo Pai. Tenemos todo el tiempo del mundo para volver a vernos" - Respondió mirándose la demacrada piel de las manos
Echó a andar con paso inseguro entre los esbeltos pinos que marcaban el sendero hacia Molino Tarren.
- "¡¡Espera!!" - grité - "Tu nombre. No me has dicho tu nombre y necesito poner nombre a quien me ha salvado la vida".
Ella se giró y me dijo con una sonrisa: "Breeza"
Desde entonces Pai lo dejó todo. Ahora vive en la más absoluta soledad. Sólo Breeza sabe dónde y cómo encontrarle. Aunque este sea un amor imposible, ¿habrá hecho más felices a los dos? ¿habrá ayudado a Breeza a recuperar la cordura?
Capítulo 8: Bahía del Botín. Buscando vida inteligente
De los diarios de Lady Breeza
Era una hora avanzada de una noche cualquiera. Desde la proa del navío galopo por el mar embravecido. La cálida brisa entre mis encrespados cabellos me indica que:
b) Estoy llegando (tras 8 horas en tercera clase) a la Bahía del Botín
a) El lavado de cabello mágico al que me sometí ha surtido efecto. La capa impermeable que lo cubría ha desaparecido
Cuando desembarco lo primero que me llaman la atención es un grupito de humanos que me observa con gesto desafiante.
- “Heru lette ai rea, ko ko novas” - Me dice uno con una fea sonrisa burlona en su rostro.
Seguro que me está insultando el muy gañán. Su fuerte olor a sobaco me golpea las pituitarias cuando levanta el brazo para rascarse el melón
- “Kataklin kataklan, aguachifeins, de eso que tracatrá trequetré” - Le digo yo, sabiendo que aun así no me va a comprender.
El muy gañán, después de dar un codazo a su amigo elfo, me señala y comienza a partirse la caja riéndose de mi... Como si no se hubiera visto él. Como respuesta busco uno de mis mejores mocos, que guardaba desde hace tiempo, se lo enseño y le digo:
- “Tomamoco warrete, ques mu bueno pair al retrete”
Los guardias goblin nos miran con recelo. Deben estar tan acostumbrados a este tipo de bobainadas que su expresión es más de cansancio que de enfado. Dejándoles en su conversación de humanos (Decían algo así como “kareto mekete Bisbal nojaira”) me voy a hacer mis cositas. Hago un par de compras y vuelvo al puerto dispuesta a coger de nuevo el barco para ir a Trinquete.
Cuando vuelvo el humano de antes está subiendo al barco. Me mira cuando subo al barco y yo le miro a él. El tío bruto se empieza a crujir los nudillos, saca su espada, le saca brillo, y me sonríe con sorna. Creo que hoy me iré a la cama calentita y este humano es muy poco atractivo. :-S
Cuando el barco zarpó supe que había llegado mi hora... mi hora de reirme. Un hechizo de miedo lanzado justo a tiempo y la pobre gallinita fue a dar con sus huesos en el agua. Los guardias de la orilla se mofaron, los vendedores de cacharros se revolcaron por los suelos llorando a lágrima viva, a varios piratas Velasangre de la playa adyacente les dio un síncope y los grifos y dracoleones cayeron desde sus atalayas por que esto ya no se podía aguantar
Parece que un tontaina había recibido su merecido
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Re: Breeza
Capítulo 9: El Regreso
Se fundió con la luz. Primero se sintió ligera como una pluma. Sus ataduras terrenales se iban desligando una por una, rompiéndose como una cuerda que está demasiado tensa ya, ajada de tantos años evitando lo inevitable. Cuando por fin se libró de la última con ellas subió. Primero despacito, después más deprisa; ganando velocidad como si de repente la gravedad funcionara al revés. Miles de pies por debajo distinguió su frágil cuerpo cada vez más chiquitito… Hasta que unas nubes finas y deshilachadas se interpusieron en la magnífica vista.
La sensación era muy extraña. Al mismo tiempo se sentía como si acabara de nacer, y a la par la sabiduría y la experiencia adquirida pesaran sobre su cabeza como una enorme losa de plomo. Veía las nubes y la retahíla de colores que iba surgiendo a su alrededor y a la vez se veía a sí misma desde fuera. Pero lo que veía no era la figura a la que se había acostumbrado después de que todo aquello ocurriera… La figura que veía era de nuevo la de la Kaldorei que antaño fue. Esbelta y con el pelo azul verdoso lacio hasta casi la cintura.
Al final de la ascensión el movimiento involuntario que le había guiado hasta allí la depositó en la superficie de una nube de apariencia un poco más sólida que la anterior. Al pisar en ella advirtió con qué delicadeza los habitantes de aquel lugar habían camuflado un suelo de sintasol (R) por debajo de unas suaves fibras de algodón que le hacían cosquillas en sus ahora delicados pies.
Farfullando algo como “quédemonioshagoyoaquí” decidió darse la vuelta e ir por donde había venido. No llevaba andados ni 37 pasos cuando, de repente, 15 copias exactas de Illidan aparecieron en su camino.
- “Hum” – resopló pensativa – “por extraño que parezca me voy a tener que dar la vuelta… o… ¡qué narices! A mí esto del demonio de los dominios o el denomio de los demimios o como leches se dijera se me daba bastante bien” – dijo mientras con aire decidido se aproximaba al pintoresco ejército de “Illidanes”.
En ese momento pareció oírse un ruido ensordecedor. Si no fuera de origen claramente sobrenatural, Breeza hubiera jurado que se trataba de alguien tosiendo. Una piedrecita cayó a sus pies. Tenía un pequeño trozo de papel anudado. Cuando lo desenrolló pudo leer:
NOTA DEL MASTER: Yo que tú no seguiría por ahí, mendruga
Ignorando los consejos de ese tal "master" decidió seguir caminando exactamente por el mismo sitio por el que iba hasta que de repente… Se encontró sentada en una extraña silla delante de lo que parecía ser… Una especie de tribal en 3 dimensiones que, además, hablaba.
- “Vaya, vaya, vaya… Qué tenemos por aquí!” – dijo sin nada de emoción en sus gestos, pues carecía de todo tipo de extremidades o rasgos – “Tu debes de ser… Lady Breeza… Lady Breeza Ashenleave, no?”
La ahora al parecer ex-bruja asintió sin mucha convicción.
- “Lady Breeza Hojafresno, para servirle, mi querida… cosa”
La cosa emitió un sonido cadencioso que bien podría haber sido una carcajada. La luz blanca que le rodeaba subió y bajó ligeramente de intensidad.
- “Mi querida hechicera” – respondió – “Soy lo que en vuestra realidad paralela llamáis un Naaru. Somos manifestaciones vivientes de la luz. Los seres vivos han de rendirnos cuentas cuando por fin les llega su hora. Mi nombre es Saanpedru”.
“De qué me sonará todo esto”, pensó la elfa
- “Lo del nombre es un fallo común, pequeña criatura mortal. Has de saber que tu mundo está localizado en varios idiomas” – siguió el Naaru con su perorata – “Tu nombre, llamémosle ‘por defecto’ es algo así como ‘Breeza:Ashenleave:70:warlock:Ansereg:Shen’Dralar:Crueldad’ así que mi pequeña confusión es muy normal”.
Un silencio incómodo se apropió de la pequeña oficina celestial. Si Breeza no había comprendido algo de las enigmáticas palabras del avatar celestial, no dio la más mínima muestra de ello. Un solo concepto le había quedado claro: “su hora”, “vacaciones”, “descanso”, … Se puso de pie junto a la mesa y exclamó:
- “¡Por las barbas de San Dokán!. ¿¡¡Me está diciendo usted que mi no-vida ha terminado y que a partir de ahora moraré aquí arriba, rodeada de elfos cach… de placeres mientras observo plácidamente las batallas que ocurren en ese pedazo de tierra de ahí abajo!!?”
El Naaru se mesó la barba. O se la hubiera mesado si hubiera tenido barbilla y, sobre todo, si hubiera tenido manos (lo que no quiere decir que fuera poco habilidoso, simplemente eso, que no tenía manos).
- “Bueno, la verdad es que no… Verás, sé que has dedicado casi toda tu no-vida a luchar contra cosas que no están bien… La cruzada escarlata, la legión ardiente, la plaga… Has ayudado a la paz entre facciones… Has diseminado tu amor por la buena cocina con esas pastitas tan endiabladamente deliciosas que servías a tus invitados… pero hay un problema”.
La elfa frunció el ceño y puso una cara como de preguntarse dónde estaba el libro de reclamaciones de aquel establecimiento. El Naaru prosiguió.
- “Has practicado ritos de magia vil. Has lanzado bolas hechas de la misma materia que alimenta los infiernos. Has invocado demonios y los has utilizado para tus propios fines. Has extraído el alma de tus enemigos y los has guardado en… ¡piedrecitas rosas!. Como si no fuera suficiente has prendido después fuego a esas piedrecitas y se las lanzado a tus enemigos… En fin. Tu lista de malas acciones es casi tan extensa como tu lista de buenas acciones.”
Breeza protestó. No iba a dejar que una cosa sin extremidades juzgara todo lo que había hecho en vida.
- “Sí!!!, pero todo eso lo he hecho por el bien de todos esos mendrugos que pueblan esas cuatro islas de ahí abajo! Por los gañanes esos de “Los Tercos”, del “Círculo Rojo”, de “Aserejé”!… Puse en peligro mi mente y mi alma manejando estos poderes sólo por buenos fines y para poder llevar un poco de justicia a esos mendrugos humanos, cosas pequeñas y bichos raros… Merece eso la condenación y el sufrimiento eterno!!!!?
Otra carcajada surgió del Naaru
- “No había pensado en la condenación eterna, ni mucho menos. Tu castigo será mucho menos severo de lo que se acostumbra a hacer por aquí. Vas a volver a Azeroth”.
- “…, no estoy segura de que deba hacerlo… Mi tiempo entre los mortales terminó. Es hora de que otros que eran sólo unos niños cuando yo perdí la vida tomen las riendas…” – su voz se perdió en hilillos. Algún recuerdo punzante volvió y golpeó con fuerza la conciencia de la renegada – “… no me atrevo”.
Si el Naaru hubiera tenido ojos sin duda sería una mirada de compasión lo que habría en ese momento en ellos.
- “No vas a estar sola. Nuevos peligros acechan Azeroth. El final de todos los caminos se acerca y no puedo dejar que te marches sin haber terminado tu tarea. Habrá nuevos enemigos contra los que luchar, nuevos amigos, por supuesto… Y quizá viejos amigos que puede que estén en peligro” – La voz se fue desvaneciendo poco a poco junto al fabuloso paisaje celestial que les rodeaba – “No podrás volver aquí hasta que llegues al final de todos los caminos, al fondo de todas las simas y alcances la cumbre de tu sabiduría… Cuando eso ocurra serás reclamada…”
Se levantó aturdida de entre los juncos. ¿Había sido un sueño? Cuando alzó la vista comprobó que estaba tendida en la hierba. El poblado kal’dorei de Auberdine se adivinaba entre las brumas.
- “Tsk. Parece que tendré que buscar a esos mendrugos de Aserejé. Con lo a gusto que hubiera estado yo tumbada en una cama rellena de nubes” – rezongó mientras sus viejos huesos sonaban al levantarse.
Con paso rápido comenzó a caminar en dirección sur. Tenía que llegar a tierras seguras lo más rápidamente posible.
Se fundió con la luz. Primero se sintió ligera como una pluma. Sus ataduras terrenales se iban desligando una por una, rompiéndose como una cuerda que está demasiado tensa ya, ajada de tantos años evitando lo inevitable. Cuando por fin se libró de la última con ellas subió. Primero despacito, después más deprisa; ganando velocidad como si de repente la gravedad funcionara al revés. Miles de pies por debajo distinguió su frágil cuerpo cada vez más chiquitito… Hasta que unas nubes finas y deshilachadas se interpusieron en la magnífica vista.
La sensación era muy extraña. Al mismo tiempo se sentía como si acabara de nacer, y a la par la sabiduría y la experiencia adquirida pesaran sobre su cabeza como una enorme losa de plomo. Veía las nubes y la retahíla de colores que iba surgiendo a su alrededor y a la vez se veía a sí misma desde fuera. Pero lo que veía no era la figura a la que se había acostumbrado después de que todo aquello ocurriera… La figura que veía era de nuevo la de la Kaldorei que antaño fue. Esbelta y con el pelo azul verdoso lacio hasta casi la cintura.
Al final de la ascensión el movimiento involuntario que le había guiado hasta allí la depositó en la superficie de una nube de apariencia un poco más sólida que la anterior. Al pisar en ella advirtió con qué delicadeza los habitantes de aquel lugar habían camuflado un suelo de sintasol (R) por debajo de unas suaves fibras de algodón que le hacían cosquillas en sus ahora delicados pies.
Farfullando algo como “quédemonioshagoyoaquí” decidió darse la vuelta e ir por donde había venido. No llevaba andados ni 37 pasos cuando, de repente, 15 copias exactas de Illidan aparecieron en su camino.
- “Hum” – resopló pensativa – “por extraño que parezca me voy a tener que dar la vuelta… o… ¡qué narices! A mí esto del demonio de los dominios o el denomio de los demimios o como leches se dijera se me daba bastante bien” – dijo mientras con aire decidido se aproximaba al pintoresco ejército de “Illidanes”.
En ese momento pareció oírse un ruido ensordecedor. Si no fuera de origen claramente sobrenatural, Breeza hubiera jurado que se trataba de alguien tosiendo. Una piedrecita cayó a sus pies. Tenía un pequeño trozo de papel anudado. Cuando lo desenrolló pudo leer:
NOTA DEL MASTER: Yo que tú no seguiría por ahí, mendruga
Ignorando los consejos de ese tal "master" decidió seguir caminando exactamente por el mismo sitio por el que iba hasta que de repente… Se encontró sentada en una extraña silla delante de lo que parecía ser… Una especie de tribal en 3 dimensiones que, además, hablaba.
- “Vaya, vaya, vaya… Qué tenemos por aquí!” – dijo sin nada de emoción en sus gestos, pues carecía de todo tipo de extremidades o rasgos – “Tu debes de ser… Lady Breeza… Lady Breeza Ashenleave, no?”
La ahora al parecer ex-bruja asintió sin mucha convicción.
- “Lady Breeza Hojafresno, para servirle, mi querida… cosa”
La cosa emitió un sonido cadencioso que bien podría haber sido una carcajada. La luz blanca que le rodeaba subió y bajó ligeramente de intensidad.
- “Mi querida hechicera” – respondió – “Soy lo que en vuestra realidad paralela llamáis un Naaru. Somos manifestaciones vivientes de la luz. Los seres vivos han de rendirnos cuentas cuando por fin les llega su hora. Mi nombre es Saanpedru”.
“De qué me sonará todo esto”, pensó la elfa
- “Lo del nombre es un fallo común, pequeña criatura mortal. Has de saber que tu mundo está localizado en varios idiomas” – siguió el Naaru con su perorata – “Tu nombre, llamémosle ‘por defecto’ es algo así como ‘Breeza:Ashenleave:70:warlock:Ansereg:Shen’Dralar:Crueldad’ así que mi pequeña confusión es muy normal”.
Un silencio incómodo se apropió de la pequeña oficina celestial. Si Breeza no había comprendido algo de las enigmáticas palabras del avatar celestial, no dio la más mínima muestra de ello. Un solo concepto le había quedado claro: “su hora”, “vacaciones”, “descanso”, … Se puso de pie junto a la mesa y exclamó:
- “¡Por las barbas de San Dokán!. ¿¡¡Me está diciendo usted que mi no-vida ha terminado y que a partir de ahora moraré aquí arriba, rodeada de elfos cach… de placeres mientras observo plácidamente las batallas que ocurren en ese pedazo de tierra de ahí abajo!!?”
El Naaru se mesó la barba. O se la hubiera mesado si hubiera tenido barbilla y, sobre todo, si hubiera tenido manos (lo que no quiere decir que fuera poco habilidoso, simplemente eso, que no tenía manos).
- “Bueno, la verdad es que no… Verás, sé que has dedicado casi toda tu no-vida a luchar contra cosas que no están bien… La cruzada escarlata, la legión ardiente, la plaga… Has ayudado a la paz entre facciones… Has diseminado tu amor por la buena cocina con esas pastitas tan endiabladamente deliciosas que servías a tus invitados… pero hay un problema”.
La elfa frunció el ceño y puso una cara como de preguntarse dónde estaba el libro de reclamaciones de aquel establecimiento. El Naaru prosiguió.
- “Has practicado ritos de magia vil. Has lanzado bolas hechas de la misma materia que alimenta los infiernos. Has invocado demonios y los has utilizado para tus propios fines. Has extraído el alma de tus enemigos y los has guardado en… ¡piedrecitas rosas!. Como si no fuera suficiente has prendido después fuego a esas piedrecitas y se las lanzado a tus enemigos… En fin. Tu lista de malas acciones es casi tan extensa como tu lista de buenas acciones.”
Breeza protestó. No iba a dejar que una cosa sin extremidades juzgara todo lo que había hecho en vida.
- “Sí!!!, pero todo eso lo he hecho por el bien de todos esos mendrugos que pueblan esas cuatro islas de ahí abajo! Por los gañanes esos de “Los Tercos”, del “Círculo Rojo”, de “Aserejé”!… Puse en peligro mi mente y mi alma manejando estos poderes sólo por buenos fines y para poder llevar un poco de justicia a esos mendrugos humanos, cosas pequeñas y bichos raros… Merece eso la condenación y el sufrimiento eterno!!!!?
Otra carcajada surgió del Naaru
- “No había pensado en la condenación eterna, ni mucho menos. Tu castigo será mucho menos severo de lo que se acostumbra a hacer por aquí. Vas a volver a Azeroth”.
- “…, no estoy segura de que deba hacerlo… Mi tiempo entre los mortales terminó. Es hora de que otros que eran sólo unos niños cuando yo perdí la vida tomen las riendas…” – su voz se perdió en hilillos. Algún recuerdo punzante volvió y golpeó con fuerza la conciencia de la renegada – “… no me atrevo”.
Si el Naaru hubiera tenido ojos sin duda sería una mirada de compasión lo que habría en ese momento en ellos.
- “No vas a estar sola. Nuevos peligros acechan Azeroth. El final de todos los caminos se acerca y no puedo dejar que te marches sin haber terminado tu tarea. Habrá nuevos enemigos contra los que luchar, nuevos amigos, por supuesto… Y quizá viejos amigos que puede que estén en peligro” – La voz se fue desvaneciendo poco a poco junto al fabuloso paisaje celestial que les rodeaba – “No podrás volver aquí hasta que llegues al final de todos los caminos, al fondo de todas las simas y alcances la cumbre de tu sabiduría… Cuando eso ocurra serás reclamada…”
Se levantó aturdida de entre los juncos. ¿Había sido un sueño? Cuando alzó la vista comprobó que estaba tendida en la hierba. El poblado kal’dorei de Auberdine se adivinaba entre las brumas.
- “Tsk. Parece que tendré que buscar a esos mendrugos de Aserejé. Con lo a gusto que hubiera estado yo tumbada en una cama rellena de nubes” – rezongó mientras sus viejos huesos sonaban al levantarse.
Con paso rápido comenzó a caminar en dirección sur. Tenía que llegar a tierras seguras lo más rápidamente posible.
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Re: Breeza
Capítulo 10: Los ojos del dolor
Si una característica era peculiar de Lady Breeza era sin duda alguna su aspecto. Alta y espigada. Un poco menos encorvada que el resto de desafortunados que compartían su destino junto al pueblo de los Renegados, no podía ocultar su origen Kal’Dorei. Algo que sin duda le hacía ser bastante peculiar entre aquellos que le rodeaban.
Sin embargo quizá lo más peculiar de ese aspecto eran las dos vendas cruzadas que le cubrían los ojos en forma de “X”. El motivo original por el que las llevaba era las terribles torturas a las que fue sometida antes de su muerte por los inquisidores. En su caso el odio por aquellos de una raza distinta y carente de poder político en aquella región como eran los Elfos de la Noche hizo que los tormentos llegaran a producir aquellas terribles lesiones que le privaron totalmente de la vista durante mucho tiempo, hasta que aprendió a valerse de la magia para lograr el mismo resultado. Durante este tiempo las heridas, como toda herida fruto del odio, no terminaron de cicatrizar así que las vendas cumplían con su labor como en cualquier otra herida.
La parte curiosa de todo esto viene después. Tras la “no muerte” de Breeza aquellas heridas, inexplicablemente, siguieron sangrando frecuentemente. Algunos testigos que al principio fueron testigo de estos episodios huyeron aterrorizados. A saber qué prodigio o milagro era capaz de que aquella renegada “llorara” sangre en determinados momentos. Para protegerse a sí misma ante los posibles fanáticos decidió entonces mantener las vendas.
¿Por qué ocurría aquello? Ni siquiera ella lo sabía con certeza. Quizá el sentimiento de venganza reprodujera las heridas cada vez que algo le hacía recordar aquellos terribles días. Durante muchos años aprendió a sobrellevar aquella molesta maldición estoicamente y a eludir las molestas preguntas que inmediatamente surgían de los labios de los curiosos.
Capítulo 11: Hacia lo desconocido
Desde que regresó a Azeroth muchas batallas habían sido luchadas. Algunas se perdieron y otras se ganaron con grandes sacrificios a cambio. Breeza encontró alivio a sus dilemas emocionales al convertirse en acólita del culto a la sombra, que tanto le había ayudado hasta entonces. Cuando la lucha se trasladó a las inhóspitas tierras del norte ella ya llevaba meses inmersa en el estudio de la plaga y de este modo pudo servir de ayuda a todos aquellos que fueron llegando.
Se estableció en una pequeña choza cerca de los Kaluak y más de un humano despistado dio un respingo al descubrir con sorpresa la identidad de aquella que le había proporcionado cobijo durante la noche.
- “No te asustes, pequeño gallito desplumado (colócate bien el casco o se te congelarán las ideas). Yo no tengo la más mínima intención de entrar en vuestra tonta guerra de a-ver-quien-tiene-la-espada-más-grande. Ahora coge, sigue el camino que te he dicho y antes del anochecer habrás llegado al campamento de elfitos que te dije” – Dicho esto el humano se alejaba echando miradas nerviosas a su espalda.
Si una característica era peculiar de Lady Breeza era sin duda alguna su aspecto. Alta y espigada. Un poco menos encorvada que el resto de desafortunados que compartían su destino junto al pueblo de los Renegados, no podía ocultar su origen Kal’Dorei. Algo que sin duda le hacía ser bastante peculiar entre aquellos que le rodeaban.
Sin embargo quizá lo más peculiar de ese aspecto eran las dos vendas cruzadas que le cubrían los ojos en forma de “X”. El motivo original por el que las llevaba era las terribles torturas a las que fue sometida antes de su muerte por los inquisidores. En su caso el odio por aquellos de una raza distinta y carente de poder político en aquella región como eran los Elfos de la Noche hizo que los tormentos llegaran a producir aquellas terribles lesiones que le privaron totalmente de la vista durante mucho tiempo, hasta que aprendió a valerse de la magia para lograr el mismo resultado. Durante este tiempo las heridas, como toda herida fruto del odio, no terminaron de cicatrizar así que las vendas cumplían con su labor como en cualquier otra herida.
La parte curiosa de todo esto viene después. Tras la “no muerte” de Breeza aquellas heridas, inexplicablemente, siguieron sangrando frecuentemente. Algunos testigos que al principio fueron testigo de estos episodios huyeron aterrorizados. A saber qué prodigio o milagro era capaz de que aquella renegada “llorara” sangre en determinados momentos. Para protegerse a sí misma ante los posibles fanáticos decidió entonces mantener las vendas.
¿Por qué ocurría aquello? Ni siquiera ella lo sabía con certeza. Quizá el sentimiento de venganza reprodujera las heridas cada vez que algo le hacía recordar aquellos terribles días. Durante muchos años aprendió a sobrellevar aquella molesta maldición estoicamente y a eludir las molestas preguntas que inmediatamente surgían de los labios de los curiosos.
Capítulo 11: Hacia lo desconocido
Desde que regresó a Azeroth muchas batallas habían sido luchadas. Algunas se perdieron y otras se ganaron con grandes sacrificios a cambio. Breeza encontró alivio a sus dilemas emocionales al convertirse en acólita del culto a la sombra, que tanto le había ayudado hasta entonces. Cuando la lucha se trasladó a las inhóspitas tierras del norte ella ya llevaba meses inmersa en el estudio de la plaga y de este modo pudo servir de ayuda a todos aquellos que fueron llegando.
Se estableció en una pequeña choza cerca de los Kaluak y más de un humano despistado dio un respingo al descubrir con sorpresa la identidad de aquella que le había proporcionado cobijo durante la noche.
- “No te asustes, pequeño gallito desplumado (colócate bien el casco o se te congelarán las ideas). Yo no tengo la más mínima intención de entrar en vuestra tonta guerra de a-ver-quien-tiene-la-espada-más-grande. Ahora coge, sigue el camino que te he dicho y antes del anochecer habrás llegado al campamento de elfitos que te dije” – Dicho esto el humano se alejaba echando miradas nerviosas a su espalda.
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Re: Breeza
Capítulo 12: Abre los ojos
La guerra siempre es difícil. Esas guerras que narran los libros llenas de héroes gloriosos de armadura reluciente sólo sirven para manipular a los futuros soldados y para escribir bonitas canciones. Breeza había sido testigo de escenas muy duras y ya estaba en cierto modo anestesiada frente al dolor. No en vano ella misma había ya recibido doble ración de sufrimiento con anterioridad.
No solía aventurarse demasiado en las heladas llanuras de la Corona de Hielo. Era un lugar demasiado peligroso e inhóspito así que normalmente necesitaba una buena razón para ir allí. Y ese día la tenía. Había tenido noticias de un extraño mineral que al parecer emanaba maldad pura. Algunos ya le conocían con el nombre de Saronita y Breeza creyó que sería interesante conocer este nuevo material al parecer tan relacionado con Arthas y sus esbirros.
Encontró al paladín herido de muerte, junto a los restos de una pequeña fogata. Era un humano y tenía aspecto de haber sido un poderoso guerrero.
- “Extraño es, ciertamente, el destino. Parece que la misma muerte ha venido a buscarme antes de que me convierta en un esclavo del Rey Exánime” – El humano tosió. Unas gotitas de sangre salpicaron sus labios y el nacimiento de su mal recortada barba – “… ¡¡Por piedad!! ¡¡Remátame y líbrame de este dolor!! Cuando la transformación ocurra termina conmigo. No puedo soportar la idea de convertirme en todo aquello contra lo que he luchado” – dijo en un llanto desgarrador.
La historia del paladín consiguió conmover a Breeza. Tras administrarle una buena dosis de sedantes voló deprisa al Pináculo de los Cruzados, donde informó a la guardia de su hallazgo. En seguida se armó un enorme revuelo. Parece ser que el paladín era después de todo una persona importante. Como ya había hecho lo necesario abandonó aquel lugar y se dirigió de nuevo a su hogar junto a los Kaluak.
No volvió al lugar donde yacía el paladín hasta pasados dos meses cuando trataba de encontrar más muestras de Saronita. La curiosidad le llamaba y se acercó al lugar a ver si podía encontrar una pista del destino que había corrido el desafortunado soldado. Lo que allí encontró le llenó de horror.
En el suelo encontró un amasijo informe de carne. Una masa hedionda de tumores en lo que antes había sido un cuerpo humano. El hedor era sencillamente indescriptible. Al lado de la aberración había algunos objetos. Alguien había estado tratando de “curar” al pobre desgraciado de su afección con bastante poca fortuna usando artes de lo más variado: poderes druídicos, aliento de dragones, rituales de la Sagrada Luz, … Lo peor de todo era que el pobre desgraciado seguía vivo. El detestable cuadro dejó a la hechicera aturdida sin saber demasiado bien qué hacer.
Un chirrido lastimero brotó de la criatura mientras los brazos de Breeza tomaban la postura necesaria para el ritual del fuego de alma. La piedra violácea destelló por un instante antes de prenderse con el fuego infernal con el que sólo un alma al ser destruída puede arder. Incluso allí, en ese lugar desolado, durante un instante pudo sentir el alivio con el que el alma de aquel desdichado era devuelta a su seno. La tierra recompensó por unos instantes con una ráfaga de brisa pura y una revelación se hizo paso en el fuero interno de la renegada.
- “Sólo la muerte es la verdadera liberación para los que sufren. Esta tierra sufre, dividida por las guerras. Incluso el propio Arthas en su helado trono sufre. La muerte es el destino final de todo ser, su recompensa. Y por ello… Yo ayudaré a morir a todos aquellos que lo necesiten”
Por un instante pasaron por su cabeza las vidas de todos aquellos que habían caído bajo su magia, las imágenes fueron sucediéndose con mayor velocidad cada vez hasta que fue sencillamente imposible para su mente hacer frente a aquella saturación de sentimientos y vivencias. Al final, tal y como todos los colores se funden en el blanco, todos aquellos recuerdos se fundieron en una deslumbrante entidad de entendimiento y ella supo que había encontrado el motivo de su existencia. Las ataduras que tanto tiempo la habían condenado a un mundo de oscuridad fueron tan finas que se derritieron bajo la fuerza de su voluntad.
Cuando abrió los ojos se encontró en una explanada helada, azotada por el viento del norte. Disfrutó del color azul y blanco del hielo, del gris del cielo. Se miró las manos ajadas y vio en el suelo dos vendas con rastros de sangre seca.
Ya no volvería a necesitarlas.
La guerra siempre es difícil. Esas guerras que narran los libros llenas de héroes gloriosos de armadura reluciente sólo sirven para manipular a los futuros soldados y para escribir bonitas canciones. Breeza había sido testigo de escenas muy duras y ya estaba en cierto modo anestesiada frente al dolor. No en vano ella misma había ya recibido doble ración de sufrimiento con anterioridad.
No solía aventurarse demasiado en las heladas llanuras de la Corona de Hielo. Era un lugar demasiado peligroso e inhóspito así que normalmente necesitaba una buena razón para ir allí. Y ese día la tenía. Había tenido noticias de un extraño mineral que al parecer emanaba maldad pura. Algunos ya le conocían con el nombre de Saronita y Breeza creyó que sería interesante conocer este nuevo material al parecer tan relacionado con Arthas y sus esbirros.
Encontró al paladín herido de muerte, junto a los restos de una pequeña fogata. Era un humano y tenía aspecto de haber sido un poderoso guerrero.
- “Extraño es, ciertamente, el destino. Parece que la misma muerte ha venido a buscarme antes de que me convierta en un esclavo del Rey Exánime” – El humano tosió. Unas gotitas de sangre salpicaron sus labios y el nacimiento de su mal recortada barba – “… ¡¡Por piedad!! ¡¡Remátame y líbrame de este dolor!! Cuando la transformación ocurra termina conmigo. No puedo soportar la idea de convertirme en todo aquello contra lo que he luchado” – dijo en un llanto desgarrador.
La historia del paladín consiguió conmover a Breeza. Tras administrarle una buena dosis de sedantes voló deprisa al Pináculo de los Cruzados, donde informó a la guardia de su hallazgo. En seguida se armó un enorme revuelo. Parece ser que el paladín era después de todo una persona importante. Como ya había hecho lo necesario abandonó aquel lugar y se dirigió de nuevo a su hogar junto a los Kaluak.
No volvió al lugar donde yacía el paladín hasta pasados dos meses cuando trataba de encontrar más muestras de Saronita. La curiosidad le llamaba y se acercó al lugar a ver si podía encontrar una pista del destino que había corrido el desafortunado soldado. Lo que allí encontró le llenó de horror.
En el suelo encontró un amasijo informe de carne. Una masa hedionda de tumores en lo que antes había sido un cuerpo humano. El hedor era sencillamente indescriptible. Al lado de la aberración había algunos objetos. Alguien había estado tratando de “curar” al pobre desgraciado de su afección con bastante poca fortuna usando artes de lo más variado: poderes druídicos, aliento de dragones, rituales de la Sagrada Luz, … Lo peor de todo era que el pobre desgraciado seguía vivo. El detestable cuadro dejó a la hechicera aturdida sin saber demasiado bien qué hacer.
Un chirrido lastimero brotó de la criatura mientras los brazos de Breeza tomaban la postura necesaria para el ritual del fuego de alma. La piedra violácea destelló por un instante antes de prenderse con el fuego infernal con el que sólo un alma al ser destruída puede arder. Incluso allí, en ese lugar desolado, durante un instante pudo sentir el alivio con el que el alma de aquel desdichado era devuelta a su seno. La tierra recompensó por unos instantes con una ráfaga de brisa pura y una revelación se hizo paso en el fuero interno de la renegada.
- “Sólo la muerte es la verdadera liberación para los que sufren. Esta tierra sufre, dividida por las guerras. Incluso el propio Arthas en su helado trono sufre. La muerte es el destino final de todo ser, su recompensa. Y por ello… Yo ayudaré a morir a todos aquellos que lo necesiten”
Por un instante pasaron por su cabeza las vidas de todos aquellos que habían caído bajo su magia, las imágenes fueron sucediéndose con mayor velocidad cada vez hasta que fue sencillamente imposible para su mente hacer frente a aquella saturación de sentimientos y vivencias. Al final, tal y como todos los colores se funden en el blanco, todos aquellos recuerdos se fundieron en una deslumbrante entidad de entendimiento y ella supo que había encontrado el motivo de su existencia. Las ataduras que tanto tiempo la habían condenado a un mundo de oscuridad fueron tan finas que se derritieron bajo la fuerza de su voluntad.
Cuando abrió los ojos se encontró en una explanada helada, azotada por el viento del norte. Disfrutó del color azul y blanco del hielo, del gris del cielo. Se miró las manos ajadas y vio en el suelo dos vendas con rastros de sangre seca.
Ya no volvería a necesitarlas.
Askel'iet- Soy MUY Cansino
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