Una única Moneda

En la profunda oscuridad de la noche era difícil distinguir las cosas en esa tierra asolada por la devastación. Unas llamas bien colocadas iluminaban perfectamente el altar con una armonía tenebrosa.
La sacerdotisa había colocado al recién nacido encima del altar, y hacía ya rato que pronunciaba las palabras para iniciar el oscuro ritual.
Näyade bajo su máscara permanecía ausente, distraída en sus pensamientos, obsesionada con esas palabras.
Dos caras distintas, pero dos caras de una misma moneda.
Había tardado demasiado en comprenderlo, tanto tiempo persiguiéndola, pensando la manera de acabar con ella y al final había comprendido que la solución estaba ahí, siempre ahí, delante de sus ojos. Porque negar su naturaleza, ¿porque eliminar esa parte de ella?
La sacerdote rubia acabo de pronunciar su parte del ritual y miraba expectante a Näyade inmóvil debajo de su oscura mascara.
Al fin ha llegado el momento? Se preguntaba aun, con algunas dudas dando vueltas en su cabeza. Ese fue el momento para recordar todas las decepciones, una tras otra. Todos los intentos para hacer las cosas de forma correcta, todas las personas en las que había confiado y al final todo acaba de la misma forma, decepción.
Una lágrima recorrió la mejilla de Näyade, la última lagrima que le quedaba en el interior, la última lagrima de esa niña que un día soñó con emular a los héroes de las historias de su padre. Al fin había entendido que ella no iba a ser la protagonista de esas historias.
Fue entonces que aprovechando el oscuro ritual pronuncio las palabras mágicas, justo antes de derramar la sangre del neonato con su daga. La sangre recorrió su daga dotando de la fuerza necesaria al conjuro.
En un suspiro, Näyade reconoció esa fuerza que de golpe había vuelto a su interior. Esas ganas de lucha y esa agresividad que tanto había añorado. Volvían a ser una.