Ezra Negraesperanza
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Ezra Negraesperanza
Cap I :La Pretendiente
Las maltrechas ruedas de aquel carro habían vivido tiempos mejores; a cada bache luchaban por salirse de su eje y chirriaban con cada tirón de los huargos sedientos y cansados por el viaje. Zhur, el viejo capataz orco, que hacía las veces de “cochero” se secó el sudor de la frente con el brazo e hizo visera con su mano, intentando divisar el horizonte.
-Vamos perros del diablo, que sois más vagos que mis peones si cabe!- Dijo a la vez que les atizaba en el lomo con la fusta de cuero.
-No debieras maltratarlos viejo, están cansados, como tú lo estarías si hubieras tirado del carro desde Cerrotajo, y este calor no ayuda!- Dijo Ghrim, un enorme leñador orco, apodado “ El Zurdo”, que se sentaba a su lado, mientras con su enorme mano bajaba la de Zhur, que preparaba otra ración de latigazos para los huargos.
- Tan grande y tan manso, Zurdo- Dijo el viejo bajando el brazo y mirando con una mezcla de miedo y desprecio a Ghrim.- Si yo fuera tú utilizaría ese enorme hacha para otras que labores, y no para hacer leña!-.
Un suspiro se le escapó al pacífico leñador, mientras negaba con su cabeza a Zhur.-Ya hemos hablado de esto, viejo, nada de luchar, no es lo mío-.
El capataz le dio docenas de razones por las que unirse al frente que combatía en Vallefresno, la tierra a la que se dirigían, y que los siniestros elfos nocturnos reclamaban para sí desde hace miles de años. Honor, reputación, hembras, gloria, oro… ¿Qué más podía pedir?- se preguntaba Zhur, creyendo su afirmación la más lógica.
-Tranquilidad, el fuego de un hogar, mil hijos… Mi adorada Ezra- Dijo casi para sí el enorme leñador.-Ni tan siquiera me atrae ir a cortar leña una tierra en conflicto, pero de algo hay que vivir, viejo.
- Pues lo tienes difícil muchacho, ¡Esa hembra tiene un humor de mil demonios! Deja de cortejarla tanto y ataca como un orco hecho y derecho! Hmph!
Muchas eran las caravanas que pasaban por El Cruce de los Baldíos pero rápidamente se podía identificar las que tomarían rumbo al Aserradero de Vallefresno. Los enormes carros estaban llenos a rabiar de víveres, sierras, cuerdas y demás utensilios y eran tan grandes que se quedaban a las afueras del poblado ya que no podrían pasar por el camino que lo atravesaba, debido a su estrechez. Habían llegado a juntarse más de diez ese día, todas ellas cargadas de peones orcos, que estiraban ahora las piernas mientras el viejo capataz llevaba algo de agua a los huargos.
-¿Dónde se supone que irá?- dijo Zhur, pensando en voz alta mientras veía escaparse corriendo a Ghrim rumbo a los puestos del Cruce.-Bah, la verdad es que me da igual, ni siquiera sé que demonios hago hablando con unos lobos…- Uno de los animales le miró arrugando el hocico en modo de protesta, cuando le retiraron el cazo del agua y adivinando la intención, el viejo orco sacó su fusta.-NI LO PIENSES, CHUCHO!!!
Ezra tenía sus grandes ojos abiertos de par en par sin dar crédito a lo que escuchaba; su mirada azul suavizaba los rasgos de su rostro y contrastaba con su piel oscura, de un tono casi ocre, raro en la raza de los orcos, pero no atenuaba el nerviosismo que aquella situación le provocaba; apenas podía pronunciar palabra, e intentó tragar saliva, pero su boca estaba seca y por poco no le temblaban hasta las rodillas. Ella siempre había tenido respuesta para todo, era muy espabilada, segura de sí misma y le encantaba hacer de rabiar a Ghrim, el leñador, del cual secretamente estaba enamorada.
Ella era mensajera, trabajaba entre Durotar y los Baldíos cargando con una cartera de cuero llena de informes militares, y no fallaba nunca, siempre que visitaba el Cruce allí estaba él, aquel orco mellado tan grande.
-¿Qué intenta?¿Pretende dejarme en ridículo?¿Es una broma?¿Por qué me hago todas estas preguntas? Ezra no duda!…-.
Ghrim el Zurdo, el fornido varón orco que tenía delante se acariciaba las trenzas de su parda barba mientras sonreía divertido mostrando uno de sus colmillos partidos y apoyándose con descuido sobre la cabeza de su hacha de leñador; la dubitativa Ezra creyendo estar hablando para sí misma, estaba soltando cada uno de sus pensamientos en voz alta de manera natural y sin darse cuenta alguna, mientras ocultaba su rostro enrojecido por la vergüenza de la propuesta del orco mirando hacia abajo, hacia sus desgastadas botas.
-¿Ezra, estais bien?
Un sonoro directo mandó al suelo al fornido peón orco;
-Creeis que podeis mofaros de mí como quién lo hace de un zancudo cojo? Andaos con cuidado Zurdo, o vuestro próximo chiste os llevará al sanatorio de Orgrimmar!!!- . Ezra Petraumbra también era conocida por su potente gancho de derechas. No tardaron en surgir las risas a sus espaldas, procedentes de entre las caravanas llenas de peones.
- Y vosotros qué, también quereis catar los nudillos de una orca?-
Una voz se oyó entre la multitud.- No le des largas al muchacho, no encontrarás nadie mejor que Ghrim para que te dé hijos!-
Las risas no cesaron y la joven orca se giró extrañada hacia Ghrim mientras se agachaba a despertar de la inconsciencia a su pretendiente; unas “suaves palmadas” en el rostro bastaron para espabilarle. Todo aquello parecía ser cierto, él la quería.
-Por los ancestros que Grom Hellscream no tenía tanta fuerza…-Dijo Ghrim sin apenas sentir el labio inferior.
-Mira que eres quejica, y tu me quieres dar hijos fuertes? Bah!- Ezra agarró fuertemente al varón orco y dio un tirón para ayudarle a incorporarse sin conseguirlo mientras no cesaban las risas entre las caravanas. Lo intentó una segunda vez, pero Ghrim tan sólo alcanzó a quedarse de rodillas.
-Qué se supone que haces, alcornoque?- Dijo mostrando indiferencia cuando Ghrim le cogía de las manos, aún sin olerse lo que vendría después.
-Ven conmigo Ezra. En el Aserradero de Vallefresno ganaré un buen jornal, te prometo que en la frontera con las Tierras Baldías te haré una granja cerca de los bosques de los elfos, cerca de los rios de agua tibia y…
Esa era su debilidad, no había visto tanta ilusión en un varón, sus ojos, su manera de hablar, su sonrisa mellada, tan graciosa y sincera… Ella nunca había necesitado de la ayuda de otros para nada y presumía de ello, pero sabía que aquel orco era diferente, especial; si dejaba escapar a Ghrim no se lo perdonaría. Él sabría darle todo lo que ella necesitaba y no tenía. Ezra volvía a temblar, volvía a sentirse vulnerable, débil…
-Sin él… No!, no quería siquiera planteárselo, al demonio el orgullo!- .En ese momento los grandes brazos del orco la rodearon y juntó su frente con la de ella sin dejar de sonreir.
-Cuidaré de tí, Ezra, o al menos lo intentaré, aunque ni siquiera sé cuidar de mí…-dijo señalando su colmillo partido.
-Pero no eres un guerrero…-Dijo la orca en un tono muy calmado, casi en un susurro.
-No, pero soy un leñador, que tampoco está nada mal, verdad?- Dijo con la misma expresión, su sincera sonrisa mellada.-
Una voz de entre la multitud que se apiñaba como podía en los carromatos del Aserradero avisó del inicio de la marcha y pronto Ezra y Ghrim corrían detrás, en busca de un hueco en la caravana que les llevaría a su nuevo hogar: Vallefresno
Las maltrechas ruedas de aquel carro habían vivido tiempos mejores; a cada bache luchaban por salirse de su eje y chirriaban con cada tirón de los huargos sedientos y cansados por el viaje. Zhur, el viejo capataz orco, que hacía las veces de “cochero” se secó el sudor de la frente con el brazo e hizo visera con su mano, intentando divisar el horizonte.
-Vamos perros del diablo, que sois más vagos que mis peones si cabe!- Dijo a la vez que les atizaba en el lomo con la fusta de cuero.
-No debieras maltratarlos viejo, están cansados, como tú lo estarías si hubieras tirado del carro desde Cerrotajo, y este calor no ayuda!- Dijo Ghrim, un enorme leñador orco, apodado “ El Zurdo”, que se sentaba a su lado, mientras con su enorme mano bajaba la de Zhur, que preparaba otra ración de latigazos para los huargos.
- Tan grande y tan manso, Zurdo- Dijo el viejo bajando el brazo y mirando con una mezcla de miedo y desprecio a Ghrim.- Si yo fuera tú utilizaría ese enorme hacha para otras que labores, y no para hacer leña!-.
Un suspiro se le escapó al pacífico leñador, mientras negaba con su cabeza a Zhur.-Ya hemos hablado de esto, viejo, nada de luchar, no es lo mío-.
El capataz le dio docenas de razones por las que unirse al frente que combatía en Vallefresno, la tierra a la que se dirigían, y que los siniestros elfos nocturnos reclamaban para sí desde hace miles de años. Honor, reputación, hembras, gloria, oro… ¿Qué más podía pedir?- se preguntaba Zhur, creyendo su afirmación la más lógica.
-Tranquilidad, el fuego de un hogar, mil hijos… Mi adorada Ezra- Dijo casi para sí el enorme leñador.-Ni tan siquiera me atrae ir a cortar leña una tierra en conflicto, pero de algo hay que vivir, viejo.
- Pues lo tienes difícil muchacho, ¡Esa hembra tiene un humor de mil demonios! Deja de cortejarla tanto y ataca como un orco hecho y derecho! Hmph!
Muchas eran las caravanas que pasaban por El Cruce de los Baldíos pero rápidamente se podía identificar las que tomarían rumbo al Aserradero de Vallefresno. Los enormes carros estaban llenos a rabiar de víveres, sierras, cuerdas y demás utensilios y eran tan grandes que se quedaban a las afueras del poblado ya que no podrían pasar por el camino que lo atravesaba, debido a su estrechez. Habían llegado a juntarse más de diez ese día, todas ellas cargadas de peones orcos, que estiraban ahora las piernas mientras el viejo capataz llevaba algo de agua a los huargos.
-¿Dónde se supone que irá?- dijo Zhur, pensando en voz alta mientras veía escaparse corriendo a Ghrim rumbo a los puestos del Cruce.-Bah, la verdad es que me da igual, ni siquiera sé que demonios hago hablando con unos lobos…- Uno de los animales le miró arrugando el hocico en modo de protesta, cuando le retiraron el cazo del agua y adivinando la intención, el viejo orco sacó su fusta.-NI LO PIENSES, CHUCHO!!!
Ezra tenía sus grandes ojos abiertos de par en par sin dar crédito a lo que escuchaba; su mirada azul suavizaba los rasgos de su rostro y contrastaba con su piel oscura, de un tono casi ocre, raro en la raza de los orcos, pero no atenuaba el nerviosismo que aquella situación le provocaba; apenas podía pronunciar palabra, e intentó tragar saliva, pero su boca estaba seca y por poco no le temblaban hasta las rodillas. Ella siempre había tenido respuesta para todo, era muy espabilada, segura de sí misma y le encantaba hacer de rabiar a Ghrim, el leñador, del cual secretamente estaba enamorada.
Ella era mensajera, trabajaba entre Durotar y los Baldíos cargando con una cartera de cuero llena de informes militares, y no fallaba nunca, siempre que visitaba el Cruce allí estaba él, aquel orco mellado tan grande.
-¿Qué intenta?¿Pretende dejarme en ridículo?¿Es una broma?¿Por qué me hago todas estas preguntas? Ezra no duda!…-.
Ghrim el Zurdo, el fornido varón orco que tenía delante se acariciaba las trenzas de su parda barba mientras sonreía divertido mostrando uno de sus colmillos partidos y apoyándose con descuido sobre la cabeza de su hacha de leñador; la dubitativa Ezra creyendo estar hablando para sí misma, estaba soltando cada uno de sus pensamientos en voz alta de manera natural y sin darse cuenta alguna, mientras ocultaba su rostro enrojecido por la vergüenza de la propuesta del orco mirando hacia abajo, hacia sus desgastadas botas.
-¿Ezra, estais bien?
Un sonoro directo mandó al suelo al fornido peón orco;
-Creeis que podeis mofaros de mí como quién lo hace de un zancudo cojo? Andaos con cuidado Zurdo, o vuestro próximo chiste os llevará al sanatorio de Orgrimmar!!!- . Ezra Petraumbra también era conocida por su potente gancho de derechas. No tardaron en surgir las risas a sus espaldas, procedentes de entre las caravanas llenas de peones.
- Y vosotros qué, también quereis catar los nudillos de una orca?-
Una voz se oyó entre la multitud.- No le des largas al muchacho, no encontrarás nadie mejor que Ghrim para que te dé hijos!-
Las risas no cesaron y la joven orca se giró extrañada hacia Ghrim mientras se agachaba a despertar de la inconsciencia a su pretendiente; unas “suaves palmadas” en el rostro bastaron para espabilarle. Todo aquello parecía ser cierto, él la quería.
-Por los ancestros que Grom Hellscream no tenía tanta fuerza…-Dijo Ghrim sin apenas sentir el labio inferior.
-Mira que eres quejica, y tu me quieres dar hijos fuertes? Bah!- Ezra agarró fuertemente al varón orco y dio un tirón para ayudarle a incorporarse sin conseguirlo mientras no cesaban las risas entre las caravanas. Lo intentó una segunda vez, pero Ghrim tan sólo alcanzó a quedarse de rodillas.
-Qué se supone que haces, alcornoque?- Dijo mostrando indiferencia cuando Ghrim le cogía de las manos, aún sin olerse lo que vendría después.
-Ven conmigo Ezra. En el Aserradero de Vallefresno ganaré un buen jornal, te prometo que en la frontera con las Tierras Baldías te haré una granja cerca de los bosques de los elfos, cerca de los rios de agua tibia y…
Esa era su debilidad, no había visto tanta ilusión en un varón, sus ojos, su manera de hablar, su sonrisa mellada, tan graciosa y sincera… Ella nunca había necesitado de la ayuda de otros para nada y presumía de ello, pero sabía que aquel orco era diferente, especial; si dejaba escapar a Ghrim no se lo perdonaría. Él sabría darle todo lo que ella necesitaba y no tenía. Ezra volvía a temblar, volvía a sentirse vulnerable, débil…
-Sin él… No!, no quería siquiera planteárselo, al demonio el orgullo!- .En ese momento los grandes brazos del orco la rodearon y juntó su frente con la de ella sin dejar de sonreir.
-Cuidaré de tí, Ezra, o al menos lo intentaré, aunque ni siquiera sé cuidar de mí…-dijo señalando su colmillo partido.
-Pero no eres un guerrero…-Dijo la orca en un tono muy calmado, casi en un susurro.
-No, pero soy un leñador, que tampoco está nada mal, verdad?- Dijo con la misma expresión, su sincera sonrisa mellada.-
Una voz de entre la multitud que se apiñaba como podía en los carromatos del Aserradero avisó del inicio de la marcha y pronto Ezra y Ghrim corrían detrás, en busca de un hueco en la caravana que les llevaría a su nuevo hogar: Vallefresno
Invitado- Invitado
Re: Ezra Negraesperanza
Cap. II: La Esposa
-Habeis acabado con todos, mis Centinelas?
-No han mostrado gran resistencia, mi señora; hemos también capturado varios peones y un capataz, por si quisiera interrogarlos.
-Traédmelos, arrastrad a esa escoria orca hasta mí.
-Sí, sacerdotisa.
Un sonoro golpe contra el rostro del orco sacó a Ghrim de la inconsciencia. Se encontraba postrado de rodillas, con los músculos entumecidos y los brazos atados fuertemente a la espalda; sentía como las fuerza se le escapaban por los diversos cortes que recorrían su cuerpo y mucho le costó alzar el rostro sólo para recibir otro golpe con la fusta en la cara. Ante él, una elfa de la noche montada en un enorme gato negro miraba al joven peón con una mezcla de odio y repugnancia mientras hablaba en su lengua natal, ininteligible para el pobre Ghrim.
El fornido orco intentó situarse en medio de aquella marea confusa y empezó poco a poco a recordar como había llegado a esa situación.
“Estaban talando entre seis peones una pieza de gran tamaño, un árbol de más de 20 cuerpos de altura de madera oscura y nudosa en las inmediaciones del Bosque de Vallefresno; serviría para formar las vigas de unas torres de vigilancia para en nuevo asentamiento, llamado el Hachazo, por la gran labor hecha por aquellos valientes leñadores orcos. Se tomaron un descanso, sentándose en corro todos menos Ghrim.
-Estoy sediento, me acercaré al río a llenar mi odre, no os movais de aquí, eh - dijo con una risotada; Estaba molido, le dolía todo el cuerpo pero, ni tan siquiera el cansancio de aquella jornada tan dura podía arrebatarle el buen humor. Había pasado un año desde que Ezra y él construyeran su casa que tanto esfuerzo les había costado a los dos, muy cerca de aquel aserradero pero fuera del bosque de Vallefresno, ella ahora era su esposa, poco más podía pedir a la vida.
El viento silvaba entre las hojas del los árboles, dando la sensación de que el bosque vivía y hablaba, de que aquellos inmensos titanes enraizados desatarían tarde o temprano su ira sobre los trabajadores del aserradero, el ambiente que creaban las copas de aquellos enormes fresnos al no dejar entrar a la luz del sol en era tétrico, ya que mantenían en casi penumbra la totalidad del bosque.
Poco a poco la sonrisa de Ghrim se fue deshaciendo, convirtiéndose en un gesto de absoluta seriedad con una pizca de temor cuanto más se alejaba del grupo de peones. No era la primera vez que tenía la sensación de que el bosque le observaba.
Sació su sed tan rápido como pudo, ya que nada le incomodaba más que estar sólo en aquel lugar y se dispuso a recoger su enorme herramienta de trabajo del suelo del frondoso bosque, pero un escalofrío le recorrió la espalda al tocar el mango del hacha. Arrodillado como estaba, fue alzando la cabeza muy despacio, acompañándola con la mirada para descubrir ante sí una forma femenina de hecha de las mismas sombras. Su piel era oscura como una noche cerrada pero sus ojos brillaban como estrellas gemelas, mirando sin parpadear mientras que sus brazos mantenían tensado un arco, apuntando directamente el pecho descubierto del orco. Ghrim no daba crédito a lo que veía, tampoco sabía qué hacer así que simplemente movió los brazos muy despacio, situando las manos en alto sin dejar de temblar un instante.
-Por favor, os lo suplico, no me hagais daño…-
Pero dieron igual sus súplicas, daba igual lo que Ghrim o cualquier otro dijera, aquellos elfos no atendían a las palabras de los orcos, sólo a las de su señora, una sacerdotisa de Elune que impartía órdenes de manera despótica y sin cesar. Habían arrasado vilmente con las vidas de casi la totalidad de los trabajadores del aserradero, acabando con aquellos que intentaban escapar o plantar cara, y apresando a los que se rendían, para más tarde saludar la fusta de aquella que lideraba a los elfos de la noche y ser “interrogados”.
Ghrim miró a su izquierda para ver a sus compañeros apresados, amordazados como él, pero a los que se les derramaba ya la vida, fuera por un corte en el cuello o por tener rajadas las tripas. Esa era la manera de interrogar de los elfos.
Todo cuanto veía era el rojo de la sangre orca derramándose y el brillo plateado de los siniestros ojos de la elfa, que no dejaba de hablarle y castigarle con furia el rostro con esa maldita fusta.
-Por los ancestros, no entiendo vuestras palabras…- Intentó decir el pobre peón mellado recibiendo casi al instante una patada en las tripas que le hizo doblarse más sobre sí mismo si cabía. La centinela que la agarraba le soltó con desprecio, maldiciéndole en su propia lengua mientras Ghrim se retorcía en el suelo.
Los cuerpos de sus compañeros fueron apilados a su lado, algunos todavía con vida, entre ellos Zhur, el capataz orco. Una frasca de aceite y una antorcha encendían momentos más tarde, a una orden de la líder elfa, algo más que los cuerpos de aquellos orcos, ante la mirada de Ghrim. Un odio infinito como jamás había conocido incendiaba el corazón del peón, hinchando sus venas, su pecho y sus poderosos brazos, haciéndole romper las cuerdas de cáñamo que lo tenían preso y cargando como lo haría el más furioso guerrero, con un movimiento eléctrico, directo hacia la cruel sacerdotisa elfa de la noche.
Pero no llegó lejos, varios arqueros elfos, expertos tiradores estaban apostados y sus flechas frenaron los pasos del orco haciéndole caer de rodillas hiriendo sus tobillos. Una orden de la sacerdotisa, que montaba otra vez sobre su enorme felino negro, bastó para que las centinelas elfas volvieran a apresar de nuevo al orco que no cesaba de revolverse inútilmente mientras no paraba de gritar algo en su idioma natal, furioso mientras le volvían a atar de pies y manos, y anudaban otra soga diferente a su cuello.
-EZRAAAAA!!!
-Habeis acabado con todos, mis Centinelas?
-No han mostrado gran resistencia, mi señora; hemos también capturado varios peones y un capataz, por si quisiera interrogarlos.
-Traédmelos, arrastrad a esa escoria orca hasta mí.
-Sí, sacerdotisa.
Un sonoro golpe contra el rostro del orco sacó a Ghrim de la inconsciencia. Se encontraba postrado de rodillas, con los músculos entumecidos y los brazos atados fuertemente a la espalda; sentía como las fuerza se le escapaban por los diversos cortes que recorrían su cuerpo y mucho le costó alzar el rostro sólo para recibir otro golpe con la fusta en la cara. Ante él, una elfa de la noche montada en un enorme gato negro miraba al joven peón con una mezcla de odio y repugnancia mientras hablaba en su lengua natal, ininteligible para el pobre Ghrim.
El fornido orco intentó situarse en medio de aquella marea confusa y empezó poco a poco a recordar como había llegado a esa situación.
“Estaban talando entre seis peones una pieza de gran tamaño, un árbol de más de 20 cuerpos de altura de madera oscura y nudosa en las inmediaciones del Bosque de Vallefresno; serviría para formar las vigas de unas torres de vigilancia para en nuevo asentamiento, llamado el Hachazo, por la gran labor hecha por aquellos valientes leñadores orcos. Se tomaron un descanso, sentándose en corro todos menos Ghrim.
-Estoy sediento, me acercaré al río a llenar mi odre, no os movais de aquí, eh - dijo con una risotada; Estaba molido, le dolía todo el cuerpo pero, ni tan siquiera el cansancio de aquella jornada tan dura podía arrebatarle el buen humor. Había pasado un año desde que Ezra y él construyeran su casa que tanto esfuerzo les había costado a los dos, muy cerca de aquel aserradero pero fuera del bosque de Vallefresno, ella ahora era su esposa, poco más podía pedir a la vida.
El viento silvaba entre las hojas del los árboles, dando la sensación de que el bosque vivía y hablaba, de que aquellos inmensos titanes enraizados desatarían tarde o temprano su ira sobre los trabajadores del aserradero, el ambiente que creaban las copas de aquellos enormes fresnos al no dejar entrar a la luz del sol en era tétrico, ya que mantenían en casi penumbra la totalidad del bosque.
Poco a poco la sonrisa de Ghrim se fue deshaciendo, convirtiéndose en un gesto de absoluta seriedad con una pizca de temor cuanto más se alejaba del grupo de peones. No era la primera vez que tenía la sensación de que el bosque le observaba.
Sació su sed tan rápido como pudo, ya que nada le incomodaba más que estar sólo en aquel lugar y se dispuso a recoger su enorme herramienta de trabajo del suelo del frondoso bosque, pero un escalofrío le recorrió la espalda al tocar el mango del hacha. Arrodillado como estaba, fue alzando la cabeza muy despacio, acompañándola con la mirada para descubrir ante sí una forma femenina de hecha de las mismas sombras. Su piel era oscura como una noche cerrada pero sus ojos brillaban como estrellas gemelas, mirando sin parpadear mientras que sus brazos mantenían tensado un arco, apuntando directamente el pecho descubierto del orco. Ghrim no daba crédito a lo que veía, tampoco sabía qué hacer así que simplemente movió los brazos muy despacio, situando las manos en alto sin dejar de temblar un instante.
-Por favor, os lo suplico, no me hagais daño…-
Pero dieron igual sus súplicas, daba igual lo que Ghrim o cualquier otro dijera, aquellos elfos no atendían a las palabras de los orcos, sólo a las de su señora, una sacerdotisa de Elune que impartía órdenes de manera despótica y sin cesar. Habían arrasado vilmente con las vidas de casi la totalidad de los trabajadores del aserradero, acabando con aquellos que intentaban escapar o plantar cara, y apresando a los que se rendían, para más tarde saludar la fusta de aquella que lideraba a los elfos de la noche y ser “interrogados”.
Ghrim miró a su izquierda para ver a sus compañeros apresados, amordazados como él, pero a los que se les derramaba ya la vida, fuera por un corte en el cuello o por tener rajadas las tripas. Esa era la manera de interrogar de los elfos.
Todo cuanto veía era el rojo de la sangre orca derramándose y el brillo plateado de los siniestros ojos de la elfa, que no dejaba de hablarle y castigarle con furia el rostro con esa maldita fusta.
-Por los ancestros, no entiendo vuestras palabras…- Intentó decir el pobre peón mellado recibiendo casi al instante una patada en las tripas que le hizo doblarse más sobre sí mismo si cabía. La centinela que la agarraba le soltó con desprecio, maldiciéndole en su propia lengua mientras Ghrim se retorcía en el suelo.
Los cuerpos de sus compañeros fueron apilados a su lado, algunos todavía con vida, entre ellos Zhur, el capataz orco. Una frasca de aceite y una antorcha encendían momentos más tarde, a una orden de la líder elfa, algo más que los cuerpos de aquellos orcos, ante la mirada de Ghrim. Un odio infinito como jamás había conocido incendiaba el corazón del peón, hinchando sus venas, su pecho y sus poderosos brazos, haciéndole romper las cuerdas de cáñamo que lo tenían preso y cargando como lo haría el más furioso guerrero, con un movimiento eléctrico, directo hacia la cruel sacerdotisa elfa de la noche.
Pero no llegó lejos, varios arqueros elfos, expertos tiradores estaban apostados y sus flechas frenaron los pasos del orco haciéndole caer de rodillas hiriendo sus tobillos. Una orden de la sacerdotisa, que montaba otra vez sobre su enorme felino negro, bastó para que las centinelas elfas volvieran a apresar de nuevo al orco que no cesaba de revolverse inútilmente mientras no paraba de gritar algo en su idioma natal, furioso mientras le volvían a atar de pies y manos, y anudaban otra soga diferente a su cuello.
-EZRAAAAA!!!
Invitado- Invitado
Re: Ezra Negraesperanza
Cap. III: La Viuda
La jarra de latón cayó al suelo escandalosamente mientras el agua que contenía se filtraba entre los huecos que había entre las baldosas de piedra. Con la mirada perdida Ezra permaneció de pie ante aquella jarra, posó sus manos delicadamente sobre el vientre abultado y buscó un apoyo en un pequeño taburete. Se mareaba.
En frente, la figura desgarbada de un troll tapaba por completo el umbral de la puerta, dejando casi a oscuras la enorme habitación. En su mano, el hacha de leñador de su marido, reluciente, sin una mancha de sangre. La depositó con sorprendente delicadeza, descansando contra la pared y se acercó a Ezra.
Que era un combatiente curtido se podía deducir por sus cicatrices, que le cubrían el cuerpo y que él resaltaba con vistosas pinturas de guerra, rojas y blancas, contrastando con su piel, de un extraño tono amoratado. Su cabeza lucía una enorme cresta, como la de un gallo y un ojo entrecerrado delataba una secuela de un enfrentamiento. De su cinturón colgaban dos hojas como las de una sierra con una rústica empuñadura. Era un Guardia de Piedra, y le llamaban Zozo. Él era el responsable del destacamento militar que se estaba trasladando a Vallefresno, el Puesto del Hachazo.
-Loh hijoh de la nueva Ho´da compa´ten tu penah- Se explicó el troll, mientras que una de sus manos se apoyaba en el hombro de la orca a modo de consuelo y la otra depositaba una bolsa de piel llena de doradas monedas, el pago de los servicios de su marido a la Horda. Un silencio sepulcral dominó la estancia mientras Ezra luchaba por no sollozar. Respiró fuerte y se levantó, sujetando con sus manos la parte inferior del latente vientre, dando pasos cortos hasta salir de la casa.
El sol se escondía ya entre las montañas de las Tierras baldías, dedicándole los últimos reflejos a los vidriosos ojos de futura madre.
-Traeremoh su cue´po, pa´ que lo veáih poh ú´tima veh, id decid´endo donde seh le daráh sepu´cro y qué chamáh se enca´gará de llevar a vuehtro varón hah´ta loh ancestroh. Cuéh´tale a tu hijo cuando tenga usoh de razón lo que le pasóh a su pad´e. Y que luche en suh nombre y en el de suh he´manoh… Sólo asíh acaba´emoh con ehto algúh día...
-No, troll, no será así.- Ezra disipó su silencio con los ojos húmedos de tristeza, pero decidida. -Tendrá cuanto su padre quiso para él, y entre tales cosas no figuraba la guerra, las cicatrices y la armas.
- Y si no eh él, quién seráh, ¿Tú quizáh? A´gunoh deben luchah para que otroh vivan en pah, en la hi´htoria de nue´tro mundo, oh´ca- Dijo el troll mientras salía de la casa.
Ezra no pudo despedirse de Ghrim, como tampoco lo hizo con el reconocido héroe de guerra troll que se alejaba con paso tranquilo rumbo al puesto de guardia en la frontera.
La jarra de latón cayó al suelo escandalosamente mientras el agua que contenía se filtraba entre los huecos que había entre las baldosas de piedra. Con la mirada perdida Ezra permaneció de pie ante aquella jarra, posó sus manos delicadamente sobre el vientre abultado y buscó un apoyo en un pequeño taburete. Se mareaba.
En frente, la figura desgarbada de un troll tapaba por completo el umbral de la puerta, dejando casi a oscuras la enorme habitación. En su mano, el hacha de leñador de su marido, reluciente, sin una mancha de sangre. La depositó con sorprendente delicadeza, descansando contra la pared y se acercó a Ezra.
Que era un combatiente curtido se podía deducir por sus cicatrices, que le cubrían el cuerpo y que él resaltaba con vistosas pinturas de guerra, rojas y blancas, contrastando con su piel, de un extraño tono amoratado. Su cabeza lucía una enorme cresta, como la de un gallo y un ojo entrecerrado delataba una secuela de un enfrentamiento. De su cinturón colgaban dos hojas como las de una sierra con una rústica empuñadura. Era un Guardia de Piedra, y le llamaban Zozo. Él era el responsable del destacamento militar que se estaba trasladando a Vallefresno, el Puesto del Hachazo.
-Loh hijoh de la nueva Ho´da compa´ten tu penah- Se explicó el troll, mientras que una de sus manos se apoyaba en el hombro de la orca a modo de consuelo y la otra depositaba una bolsa de piel llena de doradas monedas, el pago de los servicios de su marido a la Horda. Un silencio sepulcral dominó la estancia mientras Ezra luchaba por no sollozar. Respiró fuerte y se levantó, sujetando con sus manos la parte inferior del latente vientre, dando pasos cortos hasta salir de la casa.
El sol se escondía ya entre las montañas de las Tierras baldías, dedicándole los últimos reflejos a los vidriosos ojos de futura madre.
-Traeremoh su cue´po, pa´ que lo veáih poh ú´tima veh, id decid´endo donde seh le daráh sepu´cro y qué chamáh se enca´gará de llevar a vuehtro varón hah´ta loh ancestroh. Cuéh´tale a tu hijo cuando tenga usoh de razón lo que le pasóh a su pad´e. Y que luche en suh nombre y en el de suh he´manoh… Sólo asíh acaba´emoh con ehto algúh día...
-No, troll, no será así.- Ezra disipó su silencio con los ojos húmedos de tristeza, pero decidida. -Tendrá cuanto su padre quiso para él, y entre tales cosas no figuraba la guerra, las cicatrices y la armas.
- Y si no eh él, quién seráh, ¿Tú quizáh? A´gunoh deben luchah para que otroh vivan en pah, en la hi´htoria de nue´tro mundo, oh´ca- Dijo el troll mientras salía de la casa.
Ezra no pudo despedirse de Ghrim, como tampoco lo hizo con el reconocido héroe de guerra troll que se alejaba con paso tranquilo rumbo al puesto de guardia en la frontera.
Invitado- Invitado
Re: Ezra Negraesperanza
Cap. IV: La Madre
Sura tenía cuatro años y todo cuanto veía le parecía increíble y divertido, pero lo que más le llamaba la atención de aquel mundo que se abría ante sus ojos eran las caravanas, toda esa gente apiñada en los carromatos tirados por enormes lobos llenos de víveres y materiales para el aserradero de Vallefresno. Solía permanecer cerca del camino y dejaba una jarra de latón llena de agua fresca en la sombra de un árbol para que no se calentara al duro sol de los Baldíos, ofreciendo a los peones que atravesaban la estepa en sus carromatos, algo con qué refrescarse. Como premio, solían regalarle desde alguna moneda de cobre o algún juguete con el que entretenerse; pero Sura no lo hacía por aquellos regalos, simplemente quería sentirse útil, hacer cosas por los demás y que le dijeran “gracias” para responder sin tardar, “de nada”. Quién hubiera conocido a su padre diría que ha heredado su mirada, ya que pocos compartían esa manera de pensar.
Su madre, Ezra, observaba desde lo lejos el corretear de su hijo
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Offrol: mas me gustaría escribir a mi así de bien... no es mia -^^-
Sura tenía cuatro años y todo cuanto veía le parecía increíble y divertido, pero lo que más le llamaba la atención de aquel mundo que se abría ante sus ojos eran las caravanas, toda esa gente apiñada en los carromatos tirados por enormes lobos llenos de víveres y materiales para el aserradero de Vallefresno. Solía permanecer cerca del camino y dejaba una jarra de latón llena de agua fresca en la sombra de un árbol para que no se calentara al duro sol de los Baldíos, ofreciendo a los peones que atravesaban la estepa en sus carromatos, algo con qué refrescarse. Como premio, solían regalarle desde alguna moneda de cobre o algún juguete con el que entretenerse; pero Sura no lo hacía por aquellos regalos, simplemente quería sentirse útil, hacer cosas por los demás y que le dijeran “gracias” para responder sin tardar, “de nada”. Quién hubiera conocido a su padre diría que ha heredado su mirada, ya que pocos compartían esa manera de pensar.
Su madre, Ezra, observaba desde lo lejos el corretear de su hijo
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