Se desvanece, desaparezco...

Aún sólo mi memoria y yo somos conscientes de lo que ocurrió aquella noche, he intentado contarlo todo pero me es imposible, hay cosas que no recuerdo, pequeñas lagunas que me hacen sentir cierto temor.

Recuerdo estar acomodado en aquella gruesa rama del árbol, escondido entre las sombras, nunca he subestimado al enemigo y tal vez por eso pueda ser consciente aún.

Adentrada aquella noche fría, mis sombras, aquel viento irregular y yo continuábamos a la espera de que ocurriese algo pero la verdad, no esperaba que ocurriese nada, apenas había movimiento por las noches en aquel Bastión. Así que me dispuse a leer de nuevo la misiva por la cual estaba allí.

“Querido Sayax,

Siento molestarte, prometí no encomendarte nada en unos días si no era de vital importancia.

No quiero preguntas, sólo que prestes atención y confíes en mi palabra.

Esta mañana me encontraba en la taberna de los acantilados, como bien sabes pocos tienen constancia de esta pues es un lugar de encuentro especial entre ciertas personas…

Hacía mucho que no me pasaba por allí, pensaba que nadie me recordaría aún… pero me equivoqué.

No tengo mucho tiempo y tampoco sé si esto es seguro pero el clan está en peligro. Eres en quien más confío para esto.

Hay un bastión en Terokkar al Norte del Valle de los Huesos, corresponde a la Alianza. Es muy sencillo, debes ir allí, camuflarte y esperar a reconocer a algún miembro de Non Serviam. Sí, hay un traidor entre nosotros.

Ve con cuidado y en cuanto tengas quien es, vuelve.

Atentamente: Nayade Lamarië.”

Cuando leí por primera vez “esperar a reconocer a algún miembro de Non Serviam” sentí una punzada. Por más que pensaba en cada uno de los miembros que componemos el clan no se me ocurría nadie, ¿Quién podría estar interesado en tratar con la Alianza a nuestras espaldas?… ¿Quién podría vendernos?

Pasó el tiempo y aquella punzada fue lo único que sentí en días y días… hasta que de pronto, cuando menos lo esperaba, la rabia, el odio y la tristeza se hicieron dueños de mi cuerpo y alma.

Sentí un ardor en los ojos, estaba seguro de que estaba volviendo a ocurrir, seguro que estaban tomando de nuevo aquel color rojizo… pero esta vez no me importaba, era con razón.

Cuando vi aquel cabello rubio inconfundible descansar sobre aquella toga tuve ganas de lanzarme a su pescuezo, cortarle la cabeza y colgarla de lo más alto de aquel bastión.

Algo se encendía dentro de mi… algo despertaba, ya había sentido otras veces esa sensación, algo malo ocurriría tan sólo quería ser consciente esta vez.
Recuerdo correr por el bosque, sin dirección alguna, algunas ramas me rasgaron el rostro pero no importaba era más fuerte la rabia que sentía…

Otra imagen me hace recordar, divisé una luz, me encaminé hacia ella y cuando estuve a un par de metros pude ver las siluetas reflejadas en el suelo, acompañadas de voces infantiles…
Después amanecí de nuevo en aquella rama lleno de sangre, una vez más había actuado sin ser consciente de ello.

Aquella mañana decidí volver a casa, ya había hecho lo que Nayade quería y tenía una familia a la que atender, les había echado mucho de menos, antes estaba acostumbrado a la soledad pero ahora no podía parar de pensar en ellos, ahora todo volvería a seguir su rumbo o eso pensaba. Pero como en todo lo que pienso termino equivocándome.

Antes de volver a casa quise pasar por Entrañas, allí encontraría a Carendin, experto en temas relacionados con maldiciones y marcas corporales.
Desde el descubrimiento de aquel traidor mi marca comenzaba a desvanecerse, desaparecía lentamente sin más y sin embargo habían aparecido pequeñas marcas en formas de estrellas, realmente era algo intrigante, al menos para mí…

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No sé que verán sus ojos, ni qué pensará de mí, sé que no hago bien pero no quiero darla explicaciones, no quiero hacerla más daño, comprendí lo que escribió en su diario más de lo que ella cree:

“La soledad es una mala compañera Say... no sé donde estas ni que haces... no sé nada... si alguna vez me buscas estaré pero... no puedo estar en estas cuatro paredes encerrada solo esperando... siempre esperando.... no fueron esas las promesas... quizás jamás volvamos a vernos y tampoco se los motivos o que he hecho para merecer esta soledad... supongo que no valgo lo suficiente.”

Realmente no entendí esto, ¿realmente la estaba atando?, ¿Cómo era capaz de decir que tal vez jamás volviésemos a vernos y quedarse tan tranquila?, yo no sería capaz y menos tras un diario, aunque reconozco que más emotivo es… Pero me dolieron sus últimas palabras.

Tal vez si no hubiese hablado con Carendin nada de esto habría pasado pero… ¿Cómo decirle a quien realmente amas que tu muerte está cerca?, sería vivir un tormento. Tal vez esta fuese la situación menos dolorosa para ella… ella se había ido pensando en que no era suficiente para mi, mejor eso que a compartir el día a día con alguien que pronto soltaría su mano para siempre. Prefiero vivir en soledad entre cuatro paredes que a hacerla daño, espero que sea feliz, en libertad y si algún día vuelve a por su diario, leerá el porque de todo.

*Sayax cierra el diario de Liriathel y lo mete en su mochila*

- Ahora que sé que mi fin está cerca, voy a acabar con muchas cosas... *sonríe*

T_T muy bonitoooooooo

eee...continuala yaaa que mola moooolt!

Está genial

(no estoy usurpando la historia de Sayax; Está relacionada. Espero terminarla en breve pero pongo el principio, que si no Zarp me mata xD)

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Estaba asustado.

Y eso era bastante decir hablando de un elfo que desde hace ya tiempo no sentía la punzada del miedo. Para Askel'iet, el otrora orgulloso hijo de la casa Mor'end, pequeñas cosas como la supervivencia no revestían la menor importancia. Entregarse a la suave sensación de embriaguez que producía el Cardosangre mezclado con unas gotas de licor y dejar las horas pasar saciando su sed de energía arcana con este tonto placebo parecía ser mucho más importante. La hermandad sólo le requería un par de veces a la semana, y en esas ocasiones no le resultaba difícil disimular las profundas ojeras en su lívido rostro. Por eso no se extrañó cuando el Renegado apareció rodeado de un halo azulado subiendo por la pasarela que llevaba a las plantas superiores del Bastión. Total, no hace mucho rato que estaba soñando que se lo hacía con un ser mitad elfa, mitad reptil. Haruck le dedicó una mirada vacía desde detrás de sus vacíos ojos y siguió subiendo por la rampa a grandes y traqueteantes zancadas.

Allí se hubiera quedado vegetando de no ser por unas repentinas e inaguantables ganas de ir a mear. Se incorporó con dificultad y masculló una maldición cuando se golpeó la cabeza con la estantería que había sobre el sillón en la que se apilaban algunos libros mohosos que nadie había leído en décadas.

- "¡Menuda bazofia. Esta maldita torre está llena de basura!" - Mientras se levantaba el suelo empezó a bambolearse como el colchón de un prostíbulo. Poco faltó para que con su torpe maniobra tirara por el suelo todos los trastos que se amontonaban en la mesita junto con un saquillo en el que se adivinaban algunas florecillas rojas. - "Voy a que me de el aire" - Pensó.

Fuera del bastión se alzaba una pequeña explanada cubierta de hierba desde la que se dominaba el paisaje en varias leguas a la redonda. Pese a lo bonito del paisaje rara vez nadie se quedaba allí mucho tiempo ya que el viento que suele azotar la zona es particularmente frío debido a las montañas en las que se encarama el torreón. Roca arriba y roca abajo. Roca que se pierde en las alturas entre penachos de nieve al norte y roca que cae a plomo hacia el valle que se extiende a más de dos mil pies montaña abajo. En este lugar tan propicio para hacer grandes reflexiones se descargó tranquilamente.

Unos extraños puntitos blancos dispuestos en patrón simétrico comenzaron a invadir la periferia de su campo de visión y, sin siquiera terminar de abrochar la hebilla doble de su cinturón, decidió que era buena idea volver a la torre y echarse a dormir un rato hasta que se le pasara el amarillo. Lamentaba no ser un mago y tener esa desconcertante habilidad de teleportarse a cualquier lugar cercano. Cuando uno no sabe cual de los tres suelos que cree pisar es el de verdad, andar se convierte en una tarea muy trabajosa. No digamos ya ascender los tres o cuatro cientos de escalones que le llevarían a su estancia. Mientras su mente vagaba por esa serie de consideraciones hubo algo dentro del elfo que se rompió: La consciencia decidió que en estas circunstancias no podía seguir manejando ese torpe cuerpo y esto hizo que todo el conjunto: brazos, patas, torso y pelos se cayera al suelo como un saco de patatas. A dormir.

En ese mismo momento, casi como acompañando la caída de morros y pasando a escasos milímetros del hombro izquierdo de Askel'iet un objeto zumbó, demasiado rápido como para ser visto y fue a clavarse justo unos pasos a la izquierda del lugar en el que se alzaba el elfo un instante antes. Antes de caer del todo se dio cuenta de que su vida corría peligro y rodó habilmente sobre sí mismo de tal modo que su cuerpo se apretó contra la pared de la torre, tratando de ofrecer a los atacantes el menor blanco posible. El instinto del guerrero. Alguien acababa de intentar acabar con él y sólo la providencia le había salvado de caer allí fulminado. Entre las nubes que le aturdían y que sólo existían dentro de su mente y realizando un esfuerzo supremo consiguió sentarse con la espalda contra la fachada. Con el aliento entrecortado por la tensión y el susto levantó los brazos en la señal de purificación y disfrutó un instante mientras el poder sagrado limpiaba de su cuerpo todas las impurezas del Cardosangre. Sus sentidos se aguzaron tratando de encontrar alguna pista de su agresor. Nada. En esa posición pudo estar perfectamente una hora en absoluto silencio. Ni un ruido. Ni una señal.

- "Maldita sea..." - gruñó entre dientes mientras una gota de sudor se desprendía de su mentón para caer en la yerba - "si ese estúpido sigue ahí prefiero que me ataque ya antes que seguir aquí clavado".

Avanzó en cuclillas. Con un aspecto, todo sea dicho, bastante ridículo. Miró con nerviosismo en todas direcciones en busca de algo que delatara la posición del asesino. Paso a paso se acercó hasta la daga, que estaba clavada en la tierra rojiza hasta más o menos la mitad de la hoja. La forma en que se había clavado delataba la posición del lanzador, que sin duda alguna se había ocultado en la torre. La empuñadura estaba labrada en el hueso de algún animal y la hoja relumbraba con un leve fulgor azulado; prueba inequívoca de que el arma estaba encantada.

K intriga...seguid!!!

ooooooh.....continua.....continuaaaa.....dentro de poco...seremos maaaaaas.... *sonrie malevolamente....antes de que se le caiga la dentadura*