Capas de la Tormenta
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Mensaje  Askel'iet Vie 31 Jul 2009 - 13:03

¿Una coincidencia del destino? ¿Pura casualidad? Es difícil de decir. Aquella noche de los Baldíos no tenía nada de especial. Quizá un poco más oscura que las demás pero eso es normal si consideramos lo avanzado que estaba el cuarto menguante, que hacía que la luna apenas fuera una estrecha hendidura en el cielo moteado de estrellas.

Algunos de los habitantes del cercano puesto de El Cruce conocen el lugar. Sobre una elevación desde la que se domina buena parte de la llanura un tótem funerario guarda la tumba de un héroe caído en alguna batalla olvidada. La historia del héroe cuyos huesos descansan allá es igualmente desconocida. “Koiter” reza una borrosa inscripción que aún puede verse en las pìedras del túmulo.

De vez en cuando alguien iba a pedirle al espíritu del guerrero que les diera fuerza para cualquiera de las batallas que se luchaban en cualquier lugar. O una pareja de amantes acudía a disfrutar de la visión del sol ocultándose en las montañas del oeste, pero esa noche la soledad habitual del paraje se había visto rota por la presencia de varias personas.

Siete individuos, todos ellos con motivos diferentes, habían acudido al mismo sitio. Diríase que una misteriosa fuerza más allá de su comprensión les había reunido allí. Más casualidad fue que prácticamente todas ellas se conocieran de antemano y que aquella noche se reunieran tras mucho tiempo separados. Hubo alegría por ver a compañeros largo tiempo extrañados. La conversación giró y giró por muchos temas diferentes: “Qué has hecho todo este tiempo?”, “Te has enterado de lo de Hob?”, … y toda esa clase de pequeños asuntos cotidianos.

De repente la expresión de uno de los compañeros cambió súbitamente. “Habéis oído? La Tumba. Oigo susurros procedentes de ella. No me estaréis gastando una broma?”

Los acontecimientos se precipitaron dramáticamente. Uno por uno casi todos los allí presentes fueron bombardeados por imágenes, sensaciones, susurros… Algunos de los más sensibles se vieron tan abrumados por la tormenta psíquica que quedaron reducidos a piltrafas agonizantes por el suelo. “Haced que esto pare…”. Vieron sangre. Vieron traición. Sintieron el dolor de las madres perdiendo a sus hijos. Un pequeño orco sollozaba ante la cabeza de su padre, con los rasgos apenas reconocibles. Una preciosa elfa era maltratada y vejada publicamente por cientos de humanos al grito de “zorra traidora”. Un renegado volvía a su hogar sólo para descubrir que la Cruzada Escarlata había quemado a su familia junto a todos sus recuerdos por ser “sospechosos de portar la plaga”.

Cuando todo hubo terminado sólo quedó un terrible silencio apenas entrecortado por los sollozos de alguna de las elfas. Una palabra se fue abriendo camino en los labios de casi todos los allí presentes: “Venganza”… “Venganza”. No era posible que no se hiciera nada contra todo eso. No se puede uno cruzar de brazos mientras en el nombre de algunas causas en apariencia justas se siguieran cometiendo aquellas atrocidades.

Alzaron la vista y donde antes sólo había un tótem funerario y los huesos de aquel viejo guerrero ahora un enorme ser alado, que parecía la mismísima encarnación de la luz, les miraba con expresión atenta. Supieron entonces de dónde provenían todas aquellas visiones que, por un momento, les habían iluminado.

Mientras todo esto ocurría los dos pícaros observaban atónitos el desarrollo de los acontecimientos. Ellos sólo habían visto cómo todos los demás se echaban las manos a la cabeza y comenzaban a volverse locos. Ahora que todo se había calmado pudieron atender a sus compañeros. Cuando relataron lo que les había ocurrido escucharon incrédulos la experiencia que los demás habían tenido. Poco a poco la expresión de la pícara pelirroja fue cambiando mientras escuchaba atentamente todo lo que tenía que ser dicho. Demasiado bien conocía aquellas historias como para que fuera necesario que se las relataran. ¿Quién era el enemigo? ¿Cómo habría que combatir a ese enemigo?. Esas eran las preguntas que flotaban en nerviosos cuchicheos.

“El enemigo está en todas partes. La Alianza gobernada ahora por el Rey Anduin amenaza nuestra misma existencia desde el incidente con Putress, Arthas… no creo que sea necesario que hable de él. Incluso la propia Horda dirigida por Thrall es débil y no tardará en caer ante el fanatismo de la Alianza. Los orcos quizá puedan volver a lo que queda de Draenor pero nosotros?” – Dijo mirando a algunos de los Sin’Dorei presentes – “Seremos exterminados como ratas. No tendremos oportunidad”.

Un silencio incómodo se extendió entre los presentes.

“Yo no me pienso resignar a eso” – En ese momento su mirada brilló con determinación – “Por eso juro solemnemente que desde este momento no mostraré piedad hacia los enemigos de los pueblos libres de la Horda. No cejaré en mi empeño hasta caer muerta en el campo de batalla. Y si con mi vida puedo dar muerte a aquellos que se oponen a nosotros o si he de morir para defender la vida de los que vendrán detrás de mi, con gusto me convertiré en la espada que ejecutará la sentencia: vida por vida y muerte por muerte”.

En ese momento y en absoluto silencio las manos de aquellos siete indivíduos se unieron en el centro del círculo. Ahora tenían un pacto que había de ser cumplido y quedaba un largo camino por recorrer.
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