Dulce introducción al caos: Parte I
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Dulce introducción al caos: Parte I
Dulce introducción al caos: Parte I
Ya hacía un par de horas que el bosque había quedado atrás, aun así él seguía abriéndose paso. La ciénaga no había sido nunca un lugar muy cálido para él, aunque tampoco le atormentaba, tiempo había pasado desde que había omitido el miedo en su diccionario. Velnássar era un tipo seguro, dentro y fuera de los límites de su territorio y no se dejaba intimidar por los acontecimientos.
Conocía cada centímetro de aquel lugar y su instinto le decía que no estaba solo.
No era algo supuesto tan sólo por las mordeduras que halló en el cuerpo de dos cocodrilos sin vida, no. Más bien era una sensación. Así como el radar interior de un tiburón para localizar su presa, él podía oler su sangre, podía sentir otra presencia Lo que encontrara era desconocido para él, bueno o malo. Pero desconocido.
A medida que avanzaba, su cabeza daba vueltas al asunto: qué criatura rondaria por alli?
¿Un fugitivo? ¿Un viajero perdido? ¿Un animal malherido?.
Qué importaba… sabía que se acercaba y que pronto acabaría el misterio.
Mantenía el arco en posición de ataque, aunque bajo, sus reflejos no fallarían si tuviera la necesidad de usarlos.
El explorador renegado de su pasado, decidió darle un voto de confianza a su fiel amiga, así que la pantera se puso al frente del camino, afiló el olfato y avanzó con su característico sigilo, pisando las hojas de la senda como caricias a la noche.
Indetectables, así se definiría el cazador junto con su compañera, aunque ésta vez no tuvieron suerte en su búsqueda. Velnássar señaló la retirada a su compañera, en menos de una hora empezaría a anochecer, y no por miedo, sino por prudencia, decidió dar media vuelta y volver a intentarlo la mañana siguiente.
Con el tiempo aprendió que la paciencia es una de las mayores virtudes de un cazador, al igual que la curiosidad nunca mató al gato, o eso pensaba.
* * *
Despertó a la mañana siguiente, en el campamento que aprendió a llamar hogar con el paso de los años, y que consideraba cómo tal. Al fin y al cabo, no podía pedir más, amaba su estilo de vida por encima de todas las cosas, y encontraba día a dia la felicidad en éste.
Lavó sus ropas en el río y se apresuró a vestirse con las limpias, no le dio tiempo a mucho mas… Quenya no tardó en asomar la cabeza con su nueva adquisición, la pantera se había encargado de traer el desayuno a su amigo. Para alegría de él, y sobretodo de ella, a menudo se anticipaba a la caza.
Velnassár se colocó el Carcaj cruzado en el pecho, agarró su inseparable arco y partieron de nuevo en busca de nueva suerte. Tenía una sensación extraña en el estómago, algun tipo de estado de desánimo, pues el día no parecía muy fructífero a sus ojos.
Rodearon el refugio a buena marcha, atravesaron las montañas que lo ocultaban y pronto tomaron rumbo hacia las ponzoñosas Ciénagas.
Él, pesimista, empezó a creer que no estaba allí lo que buscaba. Recorrieron varias millas y llegaron al valle cercano a la gran Roca, punto desde el que se podía divisar ya su destino.
Habían pasado cerca de un par de horas desde su marcha, así que el cazador decidió hacer un descanso para recargar las energías y calmar su sed.
Y así lo hicieron, pararon escaso tiempo, pronto se volvieron a poner en marcha. El cazador se subió a uno de los árboles más altos para contemplar el paisaje y crear un itinerario con su mente, ésta vez decidió no continuar haciala roca, harían otra ronda en su propio territorio.
Ya en suelo, recogió sus enseres y se adentró en la cortina de árboles que delimitaban el valle, decidieron tomar un sendero interior, sin caminos marcados, y se encontraron con varias rocas que parecían conducir hacia una esplanada a las afueras del valle.
El elfo dudó, pero no por mucho tiempo, acababa de recordar esa senda, fue la que en un principio acogió como hogar tiempo atrás. Sonrió al recordar ciertos momentos, como el encuentro con Quenya, pues allí fue donde se conocieron. Decidió seguir recordando y hacer una visita a su abandonada morada. A medida que avanzaron el cazador notó olores nuevos, quizás fuera el tiempo que había pasado ajeno a ese rincón de su territorio, quizás era el río el que le daba esa aura extraña y exótica al mismo tiempo.
Quenya se aturó en posición de defensa, murmurando un rugido que alertó al cazador.
Los ojos de la pantera, redondos y amarillos, llenos de misterio, se volvieron inmensos.
No era el único felino que rugía, pues al centrar la vista se avistó otra criatura más, también en posición amenazante.
Velnássar bajó la mano hacia su compañera y éste dejó de mostrar los dientes, el elfo esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se encamino muy despacio hacia aquel otro animal. Sin miedos ni malas intenciones, con la mirada limpia, se postró ante él.
Era un lobo albino, de color blanco desgastado, sucio y salvaje, pero un animal precioso. Al principio creyó que protegía a sus crías, después distinguió un cuerpo, de las andrajosas ropas sobresalía una melena rojiza. Velna abrió los ojos de par en par, incrédulo: sus pensamientos iniciales no eran tan erróneos como últimamente había llegado a pensar.
El lobo dejó de tensar sus músculos poco a poco, al no ver ningun movimiento sospechoso, su posición amenazante se convirtió en curiosidad. Se acercó al elfo y empezó a olerlo sin bajar la guardia. Éste se dejo olisquear, y le acarició su cabeza lentamente. El animal lo consintió, y volvió protector del cuerpo de la joven.
Alagado por la confianza, se acercó a paso lento, aquel cuerpo envuelto en ropas era de una elfa, sus heridas eran fácilmente visibles, varias parecian importantes y contenian sangre fresca y roja intensa, tanto como su pelo. Pronto se alarmó y le dio la vuelta con permiso del guardián, intentó hacerla reaccionar sin éxito, pero respiraba. Aquella hembra había perdido mucha sangre, lo más posible es que proviniera de las Ciénagas y hubiera sufrido el ataque de cocodrilos u otras bestias, pero seguía viva y puede que no fuera tarde todavía para ella.
Sin dudarlo la cargó a sus espaldas de la mejor forma que pudo, y a marchas forzadas la llevó hacia el refugio, tenía que salvarla a toda costa.
…
Pasaron varias semanas desde aquel día, y la joven había permanecido en la tienda, por la noche recubierta por mantas de piel de oso, y por el día por otras más finas de cuero, El elfo no se había separado de ella salvo en pequeños intervalos de tiempo, en los que aprovechaba para cazar y asearse. También tuvo tiempo de crear un vínculo más intimo con el lobezno, aunque a duras penas se movía del lado de su dueña.
Era de noche, y Velnássar permanecía junto a Quenya, ambos estaban junto al calor de la hoguera, contemplando la noche estrellada, absortos en sus pensamientos.
Algo sonó en la tienda:
-No…
-Ma… matrona, no..!
Todos se exaltaron , el lobo aulló de pronto, y mientras Quenya y el elfo entraban en la tienda el lobo se abalanzó sobre la joven dandole lametones de la emoción.
-Sácame de aquí… Byakun..
El cazador intentó calmarla.
-Tranquila, por favor, aquí estas a salvo… pero no fuerces la voz, es mejor que descanses.
-¡¿ Dónde están?!
- Aquí no hay nadie salvo tu y yo, no sufras, aquí estarás bien… tranquila.
Pasó un rato hasta que la joven se ubicó y abrió los ojos. Ya más calmada, se sentó junto a Velnássar en la hoguera y comió y bebió para reponerse.
Aunque sabía que no había peligro, parecía aterrada, tan solo perdía su mirada en la hoguera y dejaba que sus lágrimas se fundieran con la hierba.
Al verla de ese modo, decidió ser él quien rompiera el hielo.
Bueno… no vas a decirme cómo te llamas? – Dijo esbozando una sonrisa sincera.
Pero ella no contestó, no tenía fuerzas para eso.
Sin más, pensó que la chica debía estar un rato sola. Velna dejó a su pantera protegiendo la guarida y se encaminó hacia a las montañas; iba a visitar a sus parientes más preciados, aquellos que guardaban el bosque y sus secretos, cuya piel no era humana, sino recubierta de corteza. A sus espaldas cargaban el peso de milenios de sabiduría, de amor y odio a toda forma de vida existente.
Siete eran los árboles que ocupaban aquel lugar oculto, a pesar de su abismal tamaño en comparación a los demás, sus troncos principales se bifurcaban en centenares de ramas, con el paso de tiempo muchas de ellas habían descrito curvas, la mayoría acababan en el suelo, retorcidas entre ellas mismas. Hilos de hojas caían de sus altas copas e inundaban el lugar, que en contacto con los reflejos de la luna emitían destellos plateados, creando una atmósfera mágica e íntima.
En el corazón del bosque, el elfo se abrió paso entre la hierba y las raíces, hasta postrarse en frente del saliente de tierra en el que se encontraban de forma circular. Se encaminó hacia el árbol central, el más ancho y curtido, apoyó en el su mano y cerró los ojos, olvidándose del tiempo y del espacio.
Sonó una voz grave y ronca.
- Largas lunas han pasado desde que no nos honrabas con tu visita, viejo amigo…¿Por qué traes contigo esa angustia?
- Ancestro… ha despertado.- Dijo el elfo.
- Ahá….¿ Y porqué esa inquietud?
- Es como un animal herido, caída de un lugar remoto, no ha mediado palabra, tan solo llora y llora… Vuestra profecía decía que debía cuidar de ella y así me enseñaría la verdad que no pude ver sobre los míos, pero actúa como una víctima del mundo exterior… Qué es lo que debo hacer… cómo debo actuar para calmar su llanto?
*El gran antárbol tardo unos segundos en contestar, hasta que una leve risa acompañó sus palabras.
- …¿ Y quién te dijo que lo que yo dije se fuera a cumplir…?- Habló por fin.
- ¡Poco caso deberías hacer al viejo, si lo que te dijo hace años es cierto, sería lo
primero que ha predicho en mucho tiempo! - Añadió uno de los otros nueve árboles, uniendose a la conversacion.-
-Silencio hermano… deja que nuestro amigo de tez blanca crea en lo que piense que es correcto. Escúchame… Elfo de Sangre, las profecías son sólo… profecías, historias que la naturaleza deja escritas en el agua y en nuestras hojas, la mayoría de ellas tienen poca transcendéncia en el curso nuestras vidas, y tan sólo una minoría de ellas pueden llegar a ser ciertas. El resto.. ni si quiera llegamos a descubrirlas, pero no dejan de ser eso… palabras que el viento nos trae y se lleva. Es tu elección el creer o no creer… aprender de ellas o ignorarlas.-
Velnássar se habia quedado estupefacto ante las palabras del ancestro, sí… era cierto que ninguna de las otras profecías que el antárbol había hecho terminó resultando verídica pero… acaso debía dejar de tomar en serio los dichos de ésa entidad sabia?
Él también tardó en reaccionar.
- Criatura, no siempre tendré la razón... y no siempre deberás acudir a mi en busca del saber del futuro. Ambos sabemos, que el futuro nunca te ha preocupado. Recuerda uno de esos principios en torno a los que tu vida siempre ha girado. "Ningun acontecimiento, por significativo que sea, cambiará la esencia de una persona, porque esta yace en su espiritu y en su voluntad." - Continuó el antárbol.
-Sea como sea… es una lágrima que ha caído del mundo a nuestras profundas tierras, peligrosas para alguien que ha sufrido heridas como las suyas. Sé que una historia se esconde tras su llanto, y es mi deber ayudarla.
Tu interior te dará las respuestas que necesitas, márchate, sigue tu instinto y los pasos marcados te llevarán a tu destino.–
-Salud, Ancestro… - Hizo una reverencia y seguidamente se retiró.
- Que las estrellas te guíen en tu senda, cazador.-
...
Aquél día no fue el único en el que Alëyah no pronunció palabra. Pasaron los días, las noches interminables, y no parecia que eso la afectara.
Aún no se había recuperado de las heridas que la dejaron al borde de la muerte si Velnássar no hubiera intervenido, pero ya estaba en mejor forma. Pronto dejaria atras las vendas y sus cuidados, y deberia empezar a moverse.
El cazador ya había dado por imposible el intentar hablar con ella, así que se limitó a que ella se sintiera bien y no le faltaran cuidados. Nada de preguntas, tan sólo le daba toda la compañía que le era posible darle para que ella no se sintiera sola. Muchas veces hablaba solo, o lo hacía en voz alta para su pantera. Ella sonreía entonces, detectó que le encantaba verlos jugar, hablar, ver como se iban juntos de caza.
Fue entonces, cuando el hinvierno ya les había pisado los talones, cuando una noche cualquiera, ella le dijo:
- Yo también quiero aprender a cazar con Byakun. - señaló al lobezno, que permanecia estirado cerca de la hoguera.-
- ¿ Me enseñarías a hacerlo?- Preguntó.
*El cazador mostró una sonrisa más franca y no dudó en asentir.*
Y así fue como su historia dió un giro de 360 grados. Por el día, en sus salidas matutinas él la enseñaba los secretos y actitudes de la caza, y por la noche cenando y contemplando el cielo.
Su confianza en el otro crecía a medida que pasaban los días. Continuamente, Velna le contaba historias que había vivido, o otras que el Ancestro le había contado. Ella le contaba sus problemas, sus anhelos, sus terribles miedos... su objetivo y sus recuerdos. Y allí estaba su hombro, cuando ella necesitaba llorar.
Alëyah- Soy MUY Cansino
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